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Actualizado: 5 de julio de 2025
Tocante a esto del disfraz no había duda, porque ellos la conocían de años atrás. ¡Ah! y cuando vino, la otra vez, la señora disfrazada, a todos les había socorrido igualmente. Bien se acordaban él y otros de la cara y modos de la tal, y podían atestiguar que era la misma, la misma que en aquel momento estaban viendo con sus ojos y palpando con sus manos.
Se le oía un cierto rechinar de dientes y algún monosílabo gutural que lo mismo pudiera ser signo de risa que de cólera. Por fin llegó palpando paredes a la puerta de la capilla, y buscando la cerradura con las manos, empezó a rasguñar en el hierro. La llave no estaba puesta... «¡Peines y peinetas, dónde estará la condenada llave!» murmuró con un rugido de hondísimo despecho.
Raquel, anonadada, palpando en la actitud de Adriana algo inquebrantable, ya no respondió una palabra. Sin embargo, no dejó de espiarla, para encontrar acaso la oportunidad de una última tentativa. Sorprendió en ella indicios de pánico. Más de una vez pudo observarla que se arrodillaba, creyéndose sola, y que oprimiendo contra el pecho un crucifijo, parecía pedir una inspiración al cielo.
Palpando pues los daños á que se expone el negociante, aventurándose á pasar, para transportarse á Moxos, por un tal camino, el solo conocido á no ser que se anden como trescientas leguas tocando de paso en Santa-Cruz-de-la-Sierra, formé seriamente el proyecto de buscar nuevas y ménos arriesgadas comunicaciones.
Quevedo levantó el pie y le puso sobre una pequeña mesa, que entonces y mucho después servía de estribo á los empinadísimos coches de nuestros abuelos. Y se entró en el coche. Pues no, este coche no es suyo dijo Quevedo palpando la badana usada de los asientos . Cállome y veamos. Pero la mujer que en el coche estaba no habló.
Es pasmoso dijo que usted entre y salga por aquí sin tropiezo. Me he criado en estos sitios y los conozco como mi propia casa. Aquí se siente frío; abríguese usted si tiene con qué. No tardaremos mucho en salir. Iba palpando con su mano derecha la pared, formada de vigas perpendiculares. Después dijo: Cuide usted de no tropezar en los carriles que hay en el suelo.
A pesar de su carácter blando, el inglés tenía sus cuartos de hora de mal humor, y nada le incomodaba más que encontrar una cosa fuera de su sitio, o no encontrarla en ninguna parte: entrecerrando sus ojos de albino, como un murciélago a quien daña la luz, se revolvía en su banco de patas largas, buscando en los cajones, palpando sobre la mesa; convencido de la inutilidad de sus pesquisas, miraba al escribiente, como si quisiera devorarle, pero no decía nada, porque guardaba sus sentimientos y sus pasiones bajo la llave de la reflexión, tan bien, como los objetos de su escritorio.
Palabra del Dia
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