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Actualizado: 22 de junio de 2025


Y daba con los nudillos en el muro de acero, sordo, durísimo, semejante a un bloque inmenso, tras el cual era difícil imaginarse la más leve oquedad. El extremo del árbol, que en sus incesantes vueltas se perdía al final del túnel, les inspiraba no menos admiración. Ni un ruido, ni el más leve roce.

Huid de ellos, huid de esas cabecitas de ciprés en que todo es oquedad, insustancia, vacua mentecatez, tilinguismo ¡huid, huid!...» Mis sobrinas se retiraron cabizbajas y un tanto mohinas. No si me harán caso. Lo dudo... Al día siguiente de la fiesta que en mi casa para presentar en sociedad a mis sobrinas, vino Inesilla, mi protegida, a visitarme y a darme las gracias por haberla invitado.

Si se obstruye el canal hasta el punto de ser la salida menor que la evaporación, no fluye el líquido por el borde, el depósito continúa por el enfriamiento gradual del agua regularmente en el borde interior de la cavidad: pero á medida que desciende el nivel del agua, cesa la sedimentación en su parte alta, disminuyendo así el grueso de la capa en la pared interior, y cuando el canal se obstruye por completo toda el agua se evapora y queda una oquedad lisa como torneada á mano en forma de campana invertida.

Sus pies se enredaban en las plantas silvestres que la fecunda Naturaleza hacía crecer en las junturas de los sillares. Bandadas de pájaros escapaban en tropel, al acercarse ellos, de estos bosques en miniatura. Los relieves escultóricos servían de refugio a los nidos. Cada oquedad de la piedra era un pequeño lago, donde se depositaba el agua de las lluvias y venían a beber los pájaros.

No había quien no se aturdiese bajo la oquedad de aquella puerta, donde los gañanes se complacían en hacer estallar sus alaridos, y los cencerros pastoriles resonaban como esquilones.

Su deseo era llegar á Chile en busca de un hombre: tal vez su marido, tal vez un amante que la había abandonado. Los vientos glaciales de la Puna la envolvieron en lo más alto de la planicie, y ella y su criatura, refugiadas en una oquedad del suelo, murieron de frío y de hambre.

¡Calla, mujer, que tus maldiciones ya se cumplen! El Caballero se incorpora en el lecho de algas, y la viuda y los cuatro niños tiemblan al reconocerle. En la oscuridad de la cueva apenas se distingue la sombra del viejo linajudo, y su voz tiene una resonancia oscura de caos y tinieblas como si saliese de la oquedad del roquedo.

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