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Actualizado: 6 de julio de 2025
Así con las tenazas el libro, y le saqué de la chimenea donde olía mal, arrojándole a la jofaina. Prometí a Amparo hacer un auto de fe con todos mis malos libros, y mediante esta promesa se restableció nuestra buena armonía. En seguida nos pusimos a almorzar. Yo había cuidado de que el almuerzo fuese muy sencillo y compuesto de alimentos acomodados a las costumbres de Amparo.
Otros guardaban los autores teológicos, y el resto estaba ocupado por todos los libros escritos en favor y defensa de la Compañía de Jesús. Aresti leía con curiosidad los nombres de aquellos autores que le eran desconocidos y á los cuales atribuía el hermano una fama universal. Realmente, era todo antiguo en aquella biblioteca: olía á sepultura. Descendieron á los claustros.
Bastante me has sobado ayer tarde. Me he lavado tres veces. Eché sobre mí un frasco de rosa blanca y todavía a las doce de la noche me olía mal. Olor de tabaco. No: el olor del tabaco me gusta. Olor de viejo. Esta salida brutal no despertó la indignación del duque como era de presumir. Soltó una carcajada y le dió una palmadita cariñosa en la mejilla. Pues no me salen baratos los besos.
En aquella época no llevaban nombres puestos a la ventura, sino nombres significativos de sus más egregias cualidades, por donde sólo con mentarlas se puede colegir, lo que valían. Entonces no se llamaba Doña Sol una fea, ni Blanca una negra, ni Dolores una regocijada, ni Rosa la que olía mal o era áspera como cardo ajonjero.
4 Y todo Israel oyó lo que se decía: Saúl ha herido la guarnición de los filisteos; y también que Israel olía mal a los filisteos. Y se juntó el pueblo en pos de Saúl en Gilgal. 9 Entonces dijo Saúl: Traedme holocausto y sacrificios pacíficos. Y ofreció el holocausto. 10 Y cuando él acababa de hacer el holocausto, he aquí Samuel que venía; y Saúl le salió a recibir para saludarle.
Temía que su mujer descubriese con ojo perspicaz el matute que él encerraba en su cintura. La maldita parecía que olía la plata. Por eso estaba tan azorado y no se daba por seguro en ninguna posición, creyendo que al través de la ropa se le iba a ver la moneda. Durante la cena estuvieron todos muy alegres; tiempo hacía que no habían cenado tan bien.
El timbre dulzón, nasal podría decirse, monótono y manso del melancólico instrumento, que olía a aceite de almendras como la cabeza del músico, estaba en armonía con el carácter de Bonifacio Reyes; hasta la inclinación de cabeza a que le obligaba el tañer, inclinación que Reyes exageraba, contribuía a darle cierto parecido con un bienaventurado.
Emma entonces olfateó muy de cerca sobre el cuello de Reyes, y este llegó a creer que ya no le olía con la nariz, sino con los dientes.
Palabra del Dia
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