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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Al lado de la señora Laroque estaba sentada una señora que tejía: en su semblante triste y poco gracioso, no pude desconocer á la prima en segundo grado, viuda del agente de cambio, fallecido en Bélgica. La primera mirada que arrojó sobre mí la señora Laroque parecióme llena de una sorpresa que rayaba en estupor. Me hizo repetir mi nombre. Perdóneme... señor... Odiot, señora...
Abuelo dijo la señorita Margarita levantando la voz; es el señor Odiot. El pobre viejo corsario se levantó un poco de su sillón, mirándome con una expresión apagada é indecisa. Me senté á un signo de la señorita Margarita, que repitió: El señor Odiot, el nuevo intendente, abuelo. ¡Ah! buen día, señor murmuró el anciano. Siguió una pausa del más obligado silencio.
No obstante, anteayer á las siete de la mañana, trabajaba yo cerca de la ventana abierta de mi torreón, cuando repentinamente me oí llamar en el tono de una amigable jovialidad, por la persona misma á quien creía tener por enemiga. Señor Odiot, ¿está usted ahí?
¿Máximo Odiot, el intendente que el señor Laubepin...? Sí, señora. ¿Está usted bien seguro? ¡Cómo no, señora! perfectamente respondí sin poder contener una sonrisa. Arrojó una rápida mirada sobre la viuda del agente de cambio, y luego sobre la niña de severa frente, como para decirles: ¿Comprenden ustedes esto?
Palabra del Dia
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