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Actualizado: 24 de noviembre de 2025


La elocuencia del Magistral en el confesonario no era como la que usaba en el púlpito; ahora lo notaba. En el confesonario aprovechaba las palabras familiares que dicen tan bien ciertas cosas que jamás había visto ella en los libros llenos de retórica.

El caso es que no tardó en dormirse. Cuando se despertó, el dolor había desaparecido casi por completo; sólo el lado derecho de la mandíbula parecía ligeramente hinchado; tan ligeramente, que apenas se notaba. Al menos, así lo aseguraba su mujer. Ben-Tovit, escuchándola, sonreía maliciosamente; bien sabía que a su mujer, por su bondad de corazón, le gustaba decir cosas agradables.

La casa de los dos ingenieros era visitada diariamente, después de la cena, por los más grandes personajes del campamento. El primero en presentarse era Canterac, con sus ropas de corte militar, pero se notaba en su persona mayor acicalamiento que antes de la llegada de los Torrebianca.

Doña Manolita notaba, cuando iba a verla, que tenía los ojos fatigados y rojos de llorar. A veces, doña Luz no podía reprimir el llanto, y en presencia de doña Manolita lloraba. Durante algún tiempo, la tristeza de doña Luz había sido sombría, reconcentrada y feroz. Su amiga íntima no se había atrevido a preguntarle la menor cosa ni a quejarse de su silencio.

En los lindes de la población, aunque no en la vecindad inmediata de ninguna morada, había una choza ó cabaña, construída por uno de los primeros colonos, y abandonada porque la tierra era demasiado estéril para el cultivo. Su aislamiento y distancia de la población, la ponían fuera del círculo de la actividad social que ya se notaba en las costumbres de los colonos.

Desde la calle, aquella casa hacía el efecto de estar inhabitada; tal era el abandono de sus paredes y el estado de sus puertas despintadas, casi carcomidas, y tan antiguas, que algunos de sus tableros exteriores debían haber sido pintados en tiempo de Rozas, porque, aunque sumamente descoloridos, se notaba que un día habían sido colorados.

Las palabras que nos murmurábamos volvieron a tener un sentido íntimo, un sabor secreto que nos inundaba de alegría. Los acentos de Gloria, al salir de sus labios húmedos, no quedaban en el oído, sino que corrían por mis venas con dulzura infinita, y sus negros ojos brillantes me interrogaban sobre aquel misterioso y divino sabor que ella notaba también, sin saber de dónde venía.

Nada hay que moleste tanto a los hombres vulgares como el ingenio, y en la tertulia del general formaban aquéllos mayoría. Miguel notaba vagamente esta hostilidad; comprendía que no estaba en su centro, y por eso iba pocas veces. Grande fue su sorpresa cuando una noche al entrar en el salón de sesiones del Ateneo, vio a su amigo Brutandor en el uso de la palabra.

Zoraida, aunque no entendía bien todos los sucesos que había visto, se entristecía y alegraba a bulto, conforme veía y notaba los semblantes a cada uno, especialmente de su español, en quien tenía siempre puestos los ojos y traía colgada el alma.

Bien había visto y observado Fernán-Caballero los usos, las costumbres y las pasiones del pueblo de Andalucía; pero lo notaba todo y luego se lo representaba al través de un prisma extraño. Su cultura, más que de libros castizos, era de libros modernos, ingleses, franceses y alemanes, y esto se reflejaba en los personajes hijos de su observación y de su inventiva.

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