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Esperamos a ver lo que ocurría, los seis hombres en los remos; yo, de pie, en el timón. Una de las barcas pasó; la otra, según dijeron, se perdía. ¡Hala! ¡Fuera! dije yo. Salimos de las puntas. El horizonte se llenaba de nubes negras, cuyas formas cambiaban continuamente; a lo lejos, en el fondo del cielo, cerca del agua, se veía una barra negrísima, cuyo borde superior tenía un tinte cobrizo.

Vestía una chaquetilla de paño gris perla, bien ceñida y sin adornos, luciendo, al quitársela, el cuerpo del vestido, liso y rojo muy oscuro, con muchos botoncitos de plata; al cuello una gola de piel negrísima, sobre la cual brillaba, como enroscada sierpe de oro, el moño de pelo sedoso y rubio.

Es esta ciudad triste y oscura; por de fuera negra, por dentro negrísima; suelos negrales, paredes negrunas, habitadores negrazos y oficiales negretes. Generalizada la navegación de las Indias, ninguna persona embarcaba, con todo, sin haber hecho testamento y sin confesar y comulgar la víspera.

Era ésta una mujer alta, huesosa, de dura y vieja fisonomía, coronada por abundante masa de negrísima cabellera. Aristócrata y célibe empedernida, en cuanto él cumplió la mayor edad, profesó ella en la orden de las ursulinas. No sin decirle antes, sintetizando su obra educativa: Por tu nombre y antepasados, eres el primer noble, el primer grande de nuestra siempre noble y grande España.

Seguía a los tres un personaje de cuerpo agigantado, amantado, no que vestido, con una negrísima loba, cuya falda era asimismo desaforada de grande. Por encima de la loba le ceñía y atravesaba un ancho tahelí, también negro, de quien pendía un desmesurado alfanje de guarniciones y vaina negra.