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»Entró, pues, el emperador Carlos V en el Monasterio de Yuste el 3 de Febrero de 1557. Su primera visita fué á la iglesia, donde le recibió la Comunidad con cruz, cantando el Te Deum laudamus, y colocado después S. M. en una silla, fueron todos los monjes por su orden besándole la mano, y el Prior le dirigió una breve arenga, felicitando á la Comunidad por haberse ido á vivir entre ellos

Los mismos son ahora los atributos de la divinidad que hace dos mil años, y la fe que la invoca conserva la «santa simplicidad» de su fanatismo. En los valles agrestes del Olimpo, por donde saltaban las bacantes desmelenadas, murmuran hoy oraciones los monjes.

Al verdugo también se le obliga a permanecer allí, pero por otro motivo; se trata de purificarle por anticipado del homicidio que va a cometer. Todo transcurría, pues, en el orden apetecido; los cirios ardían, los monjes cantaban, el verdugo rezaba, y el ataúd abierto esperaba.

Había compuesto un devoto e inspirado himno latino a la Santísima Virgen María, tan lleno de bellezas y tan rico de amor místico, que, entusiasmados los monjes, le habían cantado en el coro, dando al joven poeta mil alabanzas y bendiciones.

Púsose por fin en camino el conmovido joven, en cuyos oídos resonaban las bendiciones y las frases de despedida de los bondadosos monjes. Al llegar á una altura vecina se detuvo para contemplar por última vez aquellos lugares en los que se había deslizado su vida tranquila y dichosa.

Aunque en la noche obscura, en el tortuoso y áspero camino y en la larga y cansada peregrinación, busquemos en balde reposo en las ruinas del templo, y pidamos inútilmente consolación y fe a los monjes difuntos, todavía una fe más radical y más íntima persiste en el ápice de la mente, surge del abismo del alma y no nos abandona. Todavía nos asiste Dios, nos guía y nos conforta.

Gran vergüenza sería para y para los buenos religiosos de Belmonte, que yo no supiera leer, contestó Roger. Como que he sido amanuense del convento por cinco años, y á los monjes debo todo lo que . ¡Este mozalbete es un prodigio! exclamó el arquero mirándole con admiración. ¡Y sin pelo de barba y con esa cara de niña!