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No nos engañarán más...» Pero al poco tiempo, los mismos relatos que los habían enardecido antes del primer viaje volvían a morder con profunda mella sus imaginaciones simples. La América odiosa se transformaba e iluminaba, recobrando los dulces colores de la prístina visión. Tal vez habían huido demasiado pronto; tal vez atribuían injustamente al país culpas que sólo eran de ellos.

La hache... Y mientras una revolución no destruya esa letra aristocrática, yo, como el Sr. Vázquez Mella, no podré creer que la democracia inglesa es una cosa perfecta. En España, país de los viceversas, son sólo algunos pobres campesinos andaluces quienes pronuncian la hache.

Los señoritos de la ciudad acudieron en torno suyo como moscas al panal. Pero ni sus rendimientos exagerados ni sus ofertas hicieron mella en el corazón de la joven. Prevenida contra sus halagos por la triste suerte de algunas amigas que habían tenido la flaqueza de darles oídos, los rechazaba siempre con ferocidad. En cambio acogía con agrado los rudos obsequios de los braceros; tuvo entre ellos varios novios, y juraba y perjuraba que le gustaban más que los pisaverdes tísicos que la seguían en el paseo.

Por último, los arqueros y hombres de armas que formaban á derecha é izquierda del lugar donde era más encarnizada la lucha, hicieron un esfuerzo supremo y precipitándose sobre los sitiadores, persiguiéndolos y atacándolos con desesperación, hicieron retroceder un tanto aquella incesante columna enemiga, en la que parecían no hacer mella las incesantes bajas.

Otra trajo el corazón de su madre, diciendo: Es de oro macizo. Dos llegaron, entregando la primera un escudo y la otra una lanza. Esta dijo: Doy a usted mi nombre; no tiene mella. La del escudo dijo: Entrego a usted mi crédito; no lleva abolladura. Con arrogancia, una quitó de sus hombros el manto y lo arrojó sobre el tapete, diciendo: Ahí va mi honra; no tiene tacha.