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Las había góticas, árabes, griegas y persas. Los más patriotas se confiaban á la inspiración de ciertos arquitectos que habían inventado un arte catalán, con ojivas, almenas y coronas de conde. Estas coronas medioevales, que se repetían hasta en los remates de los reverberos, eran el eterno tema decorativo de una ciudad industrial poco dada á los ensueños y áspera para la ganancia.

Unas se dedicaban al cuidado de los niños abandonados, como otras tantas madres dadas por la Providencia, otras vendaban las heridas de los guerreros, como las princesas de los siglos heroicos y las castellanas medioevales.

Lo propio ocurría con las palomas en sus casilleros, a los que entraban y salían en continuo movimiento, interrumpido sólo para observar la formidable encarnizada lucha que trababan de pronto dos machos encrespados, cuyas gallardías y cuyos aletazos, sugerían la línea de dos caballeros medioevales que, sobre los hombros las flotantes capas, combatieran por la dama.

Tal vez no hay en el mundo una ciudad tan llena de encantos, ni tampoco de mayores contrastes, que la vieja y extraña Florencia, con su maravillosa Catedral, su antiguo puente, con sus hileras de joyerías, sus magníficas iglesias, sus pesados palacios y sus obscuras calles, silenciosas y medioevales, algunas de las cuales poco han cambiado desde la época en que Giotto y el Dante las cruzaban.

Al recordar esto, sonreía Jaime en la obscuridad. ¿Quién podía responder del pasado? ¿Qué misterios no se ocultaban en las raíces del tronco de su estirpe, allá en los tiempos medioevales, cuando los Febrer y los ricos de la sinagoga balear comerciaban juntos y cargaban sus naves en Puerto Pi?

Y cuando la raza amarilla alcanzó el término de su cultura y puso en práctica todo su ideal, apareció la raza blanca con su gloriosa historia de persas, babilonios y fenicios, griegos y romanos, y naciones cristianas, medioevales y modernas. Pero el fin de la civilización de Europa tocaba ya a su término.

Pero la evolución fue felizmente anticipada por la obra larga, paciente y perseverante del pueblo inglés, que a fines del siglo XVII había logrado ya forjar todos los resortes políticos necesarios para dar al organismo gubernamental la consistencia, la suavidad, la fuerza, la elasticidad y la capacidad de superar dificultades, que faltaron en las democracias griegas, en la república romana y en los imperios medioevales.

Consiguientemente, los sentimientos se distendieron y las costumbres se suavizaron por un lado, para contraerse y endurecerse respectivamente, por el otro, hasta que la ciencia moderna, entibiando las esperanzas y los terrores medioevales, desarmó los odios religiosos por la tolerancia y levantó, por la industria y la escuela, en frente de las clases privilegiadas por el nacimiento o la ordenación, las clases privilegiadas por el talento, el saber y la energía, que están transformando al mundo con una rapidez sin igual en la historia de la especie humana.