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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Lubimoff permanecía inmóvil, acodado en la baranda, con la mandíbula en una mano, como si no viese este río encajonado de hombres deslizándose más abajo de sus pies. Los ruidosos marineros, al alejarse, volvían la cabeza, repitiendo sus gritos y saludos, como si quisieran despertar á esta figura humana, rígida y adherida á la balaustrada lo mismo que si formase parte de su ornamentación.
El caso es que no tardó en dormirse. Cuando se despertó, el dolor había desaparecido casi por completo; sólo el lado derecho de la mandíbula parecía ligeramente hinchado; tan ligeramente, que apenas se notaba. Al menos, así lo aseguraba su mujer. Ben-Tovit, escuchándola, sonreía maliciosamente; bien sabía que a su mujer, por su bondad de corazón, le gustaba decir cosas agradables.
El uranoscopo obscuro, con los ojos casi unidos en la cumbre de su enorme cabeza y el cuerpo en forma de maza, sólo dejaba visible un largo hilo que surgía de su mandíbula inferior, agitándolo en todas direcciones para atraer á sus víctimas. Estas perseguían el movible objeto creyéndolo una lombriz, hasta que eran alcanzadas por los dientes del cazador.
Ben-Tovit experimentó en el lado derecho de la mandíbula, en la muela contigua a la del juicio, una sensación singular, como si se le hubiera elevado un poco sobre las otras; cuando la rozaba con la lengua, sentía un ligero dolor.
¿Son ustedes andaluzas? preguntaba intencionadamente a las hembras sentadas en corro sobre el duro suelo, mirándose silenciosas, con la mandíbula apoyada en una mano. ¡Nosotras andaluzas! exclamaban ofendidas . Somos mujeres de nuestra casa. Nosotras no salimos a engañar a la gente. Eran gitanas manchegas.
Una hermosa barba patriarcal que le tapaba las solapas del traje parecía suavizar los salientes enérgicos de los pómulos y las fuertes articulaciones de su mandíbula robusta y prominente como la de los animales de presa. Tenía cana la barba, gris el pelo y, sin embargo, parecía envolverle un nimbo de juventud, de fuerza serena, de energía reposada y tenaz, que se comunicaba á cuantos le rodeaban.
Tres o cuatro días estuvo el duque de Tornos entre la vida y la muerte. Al cabo cedió la calentura, y desapareció la gravedad. Sin embargo, la curación debía ser larguísima. Había dos costillas fracturadas, la mandíbula inferior también, y sobre esto, terribles magullamientos en otros varios parajes del cuerpo. Al cabo de un mes pudo trasladarse a Madrid.
Por el camino, Ben-Tovit refirió a Samuel, sin omitir detalles, cómo había tenido dolor de muelas, cómo sintió al principio la molestia en el lado derecho de la mandíbula, cómo se había despertado al amanecer, atacado, súbitamente, de un dolor insoportable. Para dar una idea más exacta de sus sufrimientos, hacía muecas, cerraba los ojos, balanceaba la cabeza y gemía.
Vió á un sanitario que con la espalda apoyada en un tronco iba á devorar un pan y un pedazo de embutido. Sus ojos envidiosos examinaron á este hombre, grande, cuadrado, de mandíbula fuerte cubierta por la florescencia de una barba roja. Avanzó con muda invitación una moneda de oro entre sus dedos.
Deseaba seguir vociferando, y tuve que callarme, pues la mandíbula se me caía sobre el pecho... Está en el cementerio. Y fuimos al cementerio.
Palabra del Dia
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