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Actualizado: 10 de junio de 2025


Eran gentes tostadas por el sol, de agrio hedor sudoroso, la blusa sucia y el ancho sombrero con los bordes deshilachados. Unos eran trabajadores del campo que iban de camino, y al pasar por Sevilla creían natural impetrar el socorro del famoso matador, al que llamaban señor Juan. Otros vivían en la ciudad, y tuteaban al torero, llamándole Juaniyo.

Por otra parte, Juanita era tan orgullosa, que por más que le doliese el recelo de que doña Agustina le quitase a don Paco, no quería, llamándole a , acudir al punto a evitarlo y quedarse con la duda de que él, no llamado, hubiese podido ceder y entregarse a otro dueño.

Que tuviese mala suerte, y una mitad del circo se levantaría vociferante contra él, llamándole desagradecido e ingrato con los que le «levantaron». Mató su primer toro con mediana fortuna. Se arrojó, audaz como siempre, entre los cuernos, pero la espada tropezó en hueso. Los entusiastas le aplaudieron. La estocada estaba bien marcada, y de la inutilidad de su esfuerzo no tenía él la culpa.

Cruel y generoso, pródigo de su sangre y de la ajena, duro para el negocio y manirroto para el placer, los negociantes de Cuba le habían apodado el Capitán Magnífico, y así seguían llamándole los pocos marineros de su antigua tripulación que aún arrastraban por la playa las piernas reumáticas, tosiendo y encorvando el pecho.

En todo el transcurso de la plática había evitado con marcada afectación designarle con el nombre de Padre, llamándole siempre señor Cifuentes.

Palabra del Dia

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