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Y como se presume que los tales letreros están escritos en el antiquísimo idioma de los turdetanos, mi amigo espera reconstituir el mencionado idioma, en el que se compusieron sabias leyes y hermosos poemas hace ya nueve o diez mil años.

González Bravo y la Reina estaban ya en Francia cuando aún ignoraba la inmensa mayoría de los españoles si era el Ministerio o los Borbones quienes caían «para siempre», según rezaban los famosos letreros de Madrid.

A la entrada estaba el escritorio, con su pantalla y sus ventanillas con letreros. Una parte estaba destinada al comercio y la otra al despacho de buques. Antes de entrar en las cuevas se pasaba por un vestíbulo, en donde había unas grandes balanzas colgadas del techo.

Como usted me trueque las papeletas, le trituro». Poníase a trabajar, y, cosa por demás extraña, a pesar del desorden de su cabeza, no cometía una sola equivocación, ni aun cuando le dieron seis clases más de jarabes con sus correspondientes letreros de diferentes colores.

Esto parece exagerado al que no lo presencia; pero sepa el que dude, que una de las tareas que más dan que hacer á la policía de Paris, consiste en especificar los sitios en donde no se pueden fijar anuncios, citando el artículo del reglamento que lo prohibe. Así sucede, que lo más común es encontrarse con letreros que dicen: défense d'afficher, prohibicion de fijar avisos.

Juan Sánchez, maestro mayor de las obras de Sevilla, que dírigia las de nuestras famosas Casas Capitulares, vecino en la Magdalena, vendió á Alonso Martín tratante en esclavos una esclava morisca herrada en la cara con vnos letreros en que dizen «Juan Sánchez, cantero24 Noviembre de 1555 .

Si al salir de casa encontraba usted un sereno con un ojo borrado, los cristales de un café hechos trizas, las puertas de una taberna fuera de quicio, cambiados los letreros de las tiendas de una calle, de modo que sobre una botica se leyese, por ejemplo: Quincalla y clavazón, y sobre una ferretería Almacén de comestibles; si con algo de esto, ó con todo ello junto, ó con mucho más, se encontraba usted, repito, al salir de su casa, y preguntaba por los autores de las fechorías,

Sin querer, sin apercibirme, repito á mi mujer varios letreros que me acuden á la memoria, y sin querer tambien aquel recuerdo me entristece. Esta tristeza que experimento tiene una historia que seria muy larga de contar; muy larga y muy penosa. ¡Cuántas ilusiones nos forjamos! ¡Y qué caras nos cuestan algunas ilusiones! ¡Qué triste es á veces ver la realidad! ¡Ay!

El portal.... ¡Qué portal! ¡Una maravilla! Fué obra de tía Carmen: era un portal lindísimo, de cristal, con estrellas, soles y cometas, y ángeles, y serafines, y arcángeles que tenían en las manos bandas de seda con letreros dorados que decían: «Gloria in excelsis Deo». Mi tía Carmen le hizo con prismas y candeleros de cristal, y fué el encanto de cuantos le vieron.

La plaza de los Carros ya le parecía más habitable y menos triste: pasaban algunas personas, se veían no pocas luces. Miró los letreros de todas las calles que de allí partían, y al fin, llena de alborozo, leyó el nombre de la que buscaba.