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Actualizado: 28 de junio de 2025


A la entrada estaba el escritorio, con su pantalla y sus ventanillas con letreros. Una parte estaba destinada al comercio y la otra al despacho de buques. Antes de entrar en las cuevas se pasaba por un vestíbulo, en donde había unas grandes balanzas colgadas del techo.

1 Hice pacto con mis ojos; ¿cómo, pues, había yo de mirar a una virgen? 3 ¿Por ventura no hay quebrantamiento para el impío, y extrañamiento para los que obran iniquidad? 4 ¿Por ventura no ve él mis caminos, y cuenta todos mis pasos? 5 Si anduve con mentira, y si mi pie se apresuró a engaño, 6 péseme Dios en balanzas de justicia, y conocerá mi perfección.

Y, sin embargo, todo en ellas obedece a leyes rigurosas; hasta se puede decir que su organismo funciona con más precisión que el del común de los mortales, y si se les pusiera bajo vidrio como a las delicadas balanzas de los químicos, se les vería ejecutar maravillas.

Así fue que sintió una especie de alivio cuando ella le respondió con indulgencia: ¿Por qué? Cuando no hay cálculo en ninguna de las dos partes, el corazón no conoce las balanzas. El que ama verdaderamente se da sin contar, y para las almas bien nacidas, el que da es todavía más obligado que el que recibe. Todo el mundo no lo juzga así...

36 Balanzas justas, pesas justas, efa justo, e hin justo tendréis. Yo [soy] el SE

Vió al mocetón brutal y membrudo con la espada de la guerra, al arquero de sonrisa repugnante con las flechas de la peste, al avaro calvo con las balanzas del hambre, el cadáver galopante con la hoz de la muerte. Los reconoció como las únicas divinidades familiares y terribles que hacían sentir su presencia al hombre. Todo lo demás resultaba un ensueño. Los cuatro jinetes eran la realidad...

Semejante a aquellos amadores que fijan en la mente la imagen de sus amadas tal cual se les apareció en una hora culminante y memorable para ellos, y, a despecho de las injurias del tiempo irreverente, ya nunca las ven de otro modo, al señor Joaquín no le cupo jamás en la mollera que su caro prohombre fuese distinto de como era en aquel instante, cuando encendido el rostro y con elocuencia fogosa y tribunicia se dignó apoyarse en el mostrador de la lonja, entre un pilón de azúcar y las balanzas, demandando el sufragio.

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