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Actualizado: 3 de mayo de 2025
El descanso de nuestro señorito consistió por lo pronto en dar vueltas por la sala como un lobo enjaulado, sin dignarse echar una mirada al arqueológico lecho. Así pasó algún tiempo en un estado de agitación que inspiraba lástima. Las mejillas se le iban inflamando. Sus ojos zarcos llegaron á inyectarse de sangre.
Ella estaba perfectamente tranquila, alegre, confiada y retenía mi mano en la suya, no como la retiene un amante, sino como retiene una hija la mano de su padre, de quien ha estado separada muchos años. La contemplé durante algún tiempo sin perder ni un instante el cuidado de mí mismo, temiendo que una mirada, un accidente cualquiera la hiciese conocer el verdadero interés que me inspiraba.
Pero á pesar de lo poco escrupulosos que eran, no podían llegar sino á unas cuantas varas de distancia de ella. Allí se detenían, merced á la especie de fuerza repulsiva de la repugnancia que les inspiraba el místico símbolo.
Había alcanzado a ver en su niñez al primer Dupont, fundador del establecimiento. El segundo le había tratado como a compañero, y al actual jefe, a Dupont el joven, lo había tenido en sus brazos, uniéndose al tuteo de la confianza paternal el miedo que le inspiraba don Pablo con su carácter imperioso de dueño a estilo antiguo. Era un viejo que parecía hinchado por el ambiente de la bodega.
Era Raíces un misterioso escondite verde, que inspiraba melancolía, austeridad, un olvido del mundo, poético, resignado.
A través de la puerta cerrada oíanse a veces los sollozos de Diógenes, y escuchábanse otras los gritos de horror que él mismo se inspiraba a sí mismo, seguidos del llanto de la contrición, desolado, abundante, pero dulce y sin amargura, como lo es el de todo dolor que se apoya en la fe y en la esperanza.
Hubiera dado cualquier cosa por tener una amiga a quien pedirle consejo... Pero ella sola, ¿qué protección podría buscar contra un protector que no conocía y que ya le inspiraba miedo?
La señora de Aymaret, a quien la joven americana inspiraba también decidida simpatía, solía acompañarla cuando su padre no podía hacerlo.
Era de noche, cuando me hizo llamar... ¡Ay! pluguiera al Cielo que nunca hubiera hallado a tan pérfida mujer. Mi vida no estaría amenazada por un terror incesante y por arrepentimiento continuo. Mi corazón es honrado y soy incapaz de cometer espontáneamente una injusticia; pero la compasión que me inspiraba...
Lucía se confesó derramando lágrimas; relató sus angustias, sus sueños, las amarguras que en medio del placer sentía, el aborrecimiento, mejor dicho, el desprecio que la grosería de los hombres le inspiraba, el ansia de subir a otra región más elevada, de penetrar en una atmósfera pura y diáfana donde pudiese respirar con libertad.
Palabra del Dia
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