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Pero llegaba tarde; ahora sólo quería vivir. ¡Qué horror! ¡las emociones de la pasión en un ambiente mezquino, en aquel mundo pequeño de curiosidades y maledicencias! ¡Ocultarse como criminales para quererse! ¡Ella, que gustaba del amor al aire libre, con el sublime impudor de la estatua que escandaliza a los imbéciles con su desnuda hermosura! ¡Verse roída a todas horas por la murmuración de los tontos, después de haber dado su cuerpo y su alma a un hombre! ¡Sentir en torno el desprecio y la indignación de todo un pueblo que la acusaría de haber corrompido una juventud, separándola de su camino, alejándola para siempre de los suyos!

Ahora, los vestidos femeninos eran muy cortos y las piernas se mostraban descubiertas con tranquilo impudor. La guerra recortaba las faldas, como si las mujeres, obligadas á correr en pleno campo, hubiesen tomado por modelo á la antigua cantinera.

Pero, escuche dijo al ver que la tartana ya se hundía ; he querido reservarle una sorpresa; tengo la certeza de que ha muerto, porque yo mismo lo he derribado al suelo y lo he agarrotado. ¡! dijo Massareo con aire de incredulidad. ¡Yo! contestó Santiago con un impudor inconcebible.

Después añadió con una desesperación cómica: Me privaré de conocer unos cuantos restoranes nuevos y de apreciar varias marcas de vinos famosos... Ya ves que el sacrificio nada tiene de extraordinario. Federico le estrechó la diestra silenciosamente, al mismo tiempo que Elena le abrazaba y besaba con un impudor entusiástico.

Y Leonora agitaba las manos como queriendo aplaudir su idea. La vida al sol, la libertad, amarse con el mismo impudor sublime de los lazaronis que viven desnudos y se reproducen en la acera. Ella tenía allá en el Posilippo una pequeña casa, un villino de color de rosa, una bicoca con un jardín de higueras nopales y pinos parasoles, que bajaba en rápida pendiente desde el promontorio hasta el mar.

Las hembras árabes, morenas y huesosas, iban casi desnudas bajo sus barones rayados; las gruesas napolitanas, de cabello revuelto y ojos de brasa, devolvían al corpiño con tranquilo impudor las saltonas exuberancias surgidas al desabrocharse; las castellanas angulosas de pelo aceitoso y retinto, peinadas como vírgenes prerrafaelistas, cubrían prontamente su brazo con triples forros y se alejaban ruborizadas, moviendo la corta y bailarinesca balumba de sus zagalejos trasudados.