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Actualizado: 5 de mayo de 2025


El joven extendió sobre el cuerpo de ella un traje de percal y la poca ropa blanca que colgaba de unos clavos. Estas telas sutiles eran de un abrigo ilusorio. La enferma seguía estremeciéndose, y el pobre Isidro, que temblaba de frío, se quitó el macferlán para añadirlo a la cubierta. Era una noche terrible. Maltrana paseábase por el cuarto como si estuviese en medio de la calle.

Y como si todavía hubiese podido deslizarse en aquella absoluta carencia de realidades algún error ilusorio, el viajero, rascándose a veces un momento con el extremo del lápiz la ancha y hermosa frente, prosiguió trazando guarismos y haciendo cálculos, hasta tirar otra raya horizontal, derecha, negra e inflexible como un destino adverso, por debajo de la cual apareció esta vez algo menos que cero, una cantidad negativa, una deuda formidable, que era, sin duda alguna, la única realidad con que aquel hombre contaba en el mundo: ¡¡150.000 duros al 15 por 100!!...

Además, ella le hablaría de su hermosura como de un bien ilusorio, por lo fugaz, y del amor de su alma como de una realidad inacabable y constante. ¿Qué importaban ni qué valían la púrpura de su boca, ni el llamear de sus ojos, comparados con la ternura de su espíritu?

Sus privaciones y vida de sufrimientos cuando niña, mientras su padre se encontraba ausente en el mar, y esos meses de fatiga y caminatas en busca de los molinetes de Inglaterra, habían hecho su efecto en ella. Para Mabel, el amor casi no era una pasión o sentimiento, sino más bien un encanto ilusorio, un sueño que un hechizo de hadas destruía o afirmaba a su capricho.

Pena infernal me causaba esta aparición trágica, pero me causaba a la vez tan inefable y sublime deleite, que mi alma toda se enfurecía de que fuese aquello ilusorio y vano y pugnaba aún por mantenerlo, al menos por recuerdo, como real y consistente. No; la causa de nuestro amor a la mujer no reside sólo en nuestro miserable cuerpo.

Dicen que fué holgazán, errátil e ilusorio, que dejaba secar la tinta en su escritorio. Lo quiso saber todo y al fin nada ha sabido. Y una noche de invierno, cansado de la vida, dejó escapar el alma de la carne podrida y se fué preguntando: ¿Para qué habré venido? Dijeron que se había ahorcado en una hora de locura. Pero este epitafio rimado demuestra lo contrario.

Palabra del Dia

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