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Actualizado: 8 de junio de 2025


Nadie se ocupa de ellos; todos los detestan. A me deben sus comidas suplementarias. Como si oliese la proximidad del alimento, una de las tres piedras se agitó con policromo escalofrío. Su envoltura elástica se fué hinchando. Pasaron por ella rayas de color, nubes ruborosas que iban del rojo al verde, redondeles que se inflaban sobre la hinchazón, formando temblonas excrecencias.

Ágil ó indolente, hinchando su globo nacarado y matizado de azul y púrpura, arroja por medio de sus dilatados cabellos de un azur siniestro, cierto veneno sutil que abate cuanto toca. Aunque menos temibles, tampoco perecen los velelos, los cuales tienen la forma de almadía. Su pequeño organismo es algo sólido; y saben navegar, voltear al viento su vela oblicua.

El recaudador resultaba entonces, á pesar de su pecho hundido y escuálidas piernas, un hombre terrible, un ser cruel que había pasado su juventud hinchando las narices á sus condiscípulos y apaleando á los serenos; el terror de la ciudad de Oviedo, donde había quedado memoria perdurable de sus proezas. Una gastralgia crónica le obligaba, mal de su grado, á mantenerse en la sobriedad y moderación.

Es un hecho bastante conocido en nuestros climas, pero la nariz de L'Ambert dio pruebas, en esta ocasión, de una sensibilidad extraordinaria. Enrojeciose un poco al principio, después mucho; fuese hinchando por grados hasta tornarse deforme. Después de una partida de caza alegrada por el viento Norte, experimentó el notario intolerable comezón.

Esta, hinchando enormemente las ventanillas de la nariz, los ojos bajos, el resuello fatigoso, oía y se amordazaba y contenía sus ganas furibundas de hacer o decir cualquier disparate.

La apodaban la Borda, porque la difunta mujer del tío Tòfol, en su afán de tener hijos que alegrasen su esterilidad, la había sacado de la Inclusa. En aquel huertecillo había llegado a los diez y siete años, que parecían once, a juzgar por lo enclenque de su cuerpo, afeado aun más por la estrechez de unos hombros puntiagudos, que se curvaban hacia fuera, hundiendo el pecho e hinchando la espalda.

Eran árboles negros, de enorme tronco nudoso y abierto, abombados por grandes excrecencias y con escaso follaje; olivos que tenían siglos de existencia, que no habían sido podados nunca y en los que la vejez robaba savia al ramaje, hinchando el tronco con las expansiones de una lenta y penosa circulación.

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