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Sus cantos de otros tiempos no dicen con qué sentimiento de adoración celebraban las «ochenta y cuatro mil montañas de oro» que ven alzarse bañadas en luz por encima de bosques y llanuras. Para muchos de ellos, los enormes montes del Himalaya, de nevada cumbre, de grandes ríos de hielo, son los mismos dioses en el pleno goce de sus fuerzas y de su majestad.

Parece aquello una montaña arquitectónica, como las labradas por los indios del Himalaya.

Otros se dirigían hacia el Casino y sus terrazas, pasando entre las palmeras brasileñas, de lisos y huecos fustes forrados de piel de elefante; entre los cactos sostenidos por soportes de hierro formando madejas de reptiles verdes erizados de púas; entre los nopales, altos como árboles; entre las higueras del Himalaya, con el cuerpo de torre y una copa inmensa que parecía hecha para proteger la inmóvil meditación de los fakires; entre todas las vegetaciones de la América tropical y la América templada, de la China, Australia, Abisinia y El Cabo.

Alabando, pues, al cielo, que por lo pronto tan buen refugio le ofrecía, Morsamor se instaló con su gente en el abandonado edificio que se alzaba en el centro de la intrincada y vastísima selva. El edificio estaba casi al pie de muy altos montes. La ingente cordillera del Himalaya se erguía cerca de él, extendiéndose a un lado y a otro.

Conocida es la riqueza de los bordes del Vesubio, de los valles del Etna en las dilatadas raíces que empuja hacia el mar; conocido es también el paraíso que forma bajo el Himalaya el precioso circo volcánico del valle de Cachemira, y otro tanto sucede á cada paso en las islas del mar del Sur.

Las que viven en los bosques de la cadena del Himalaya dan doscientas cincuenta libras de carne, sin contar el peso del caparazón, que es respetable; pero las más grandes son las llamadas elefantinas, que se encuentran en África, en el canal de Mozambique, en la isla de Madagascar y en las de la Reunión y Borbón.

El curso de los torrentes acaba por allanar las más altas cimas; derribarán los Andes y el Himalaya como han hecho ya desaparecer montes no menos elevados que los geólogos nos dicen han existido en otras edades. Yo recuerdo aún el terror de una noche pasada á orillas del Chiruá, pequeño torrente de Sierra Nevada, en los Estados Unidos de Colombia.