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Actualizado: 3 de junio de 2025


En la obscuridad, sin más luz que el tenue fulgor sideral que entraba por la ventana, volvió a llamar a Ojeda «viejito» y «negro», dos palabras amorosas del nuevo hemisferio a las que él no había podido habituarse todavía, y que en medio de los transportes pasionales le hacían sonreír. Cuando brilló de nuevo la electricidad estaban los dos sentados en un diván.

Rotación de la Luna.= Examinando las manchas que cubren el disco lunar, no se tarda en reconocer, si se continúa este examen durante algún tiempo, que la Luna presenta siempre las mismas á la Tierra, es decir, que vuelve constantemente hacia nosotros el mismo hemisferio. Este hecho constituye una prueba de que la Luna tiene movimiento de rotación que dura lo mismo que la revolución sideral.

La ceja se convertía en un casquete, luego en un hemisferio, después en un arco árabe estrangulado por abajo, hasta que al fin se despegaba de la masa líquida lo mismo que una bomba, derramando fulgores de incendio. Las nubes cenicientas se ensangrentaban, los peñascos de la costa empezaban á brillar como espejos de cobre. Se extinguían por la parte de tierra las últimas estrellas.

Como las siete estrellas del grupo en cuestión no se ponen nunca en los países del hemisferio norte que se encuentran por encima del paralelo 40, siempre se las verá, sea cual fuese su posición en el cielo.

Otras veces recibía regalos del cazador, que continuaba sus hazañas en el otro hemisferio del planeta: colmillos de elefante, astas de antílopes rarísimos, pieles de animales gigantescos. Y Mina, que admiraba estos envíos en el primer instante, acababa por despreciarlos al recordar á James.

Para él ya no existía el oficial; sólo quedaba el pobre vagabundo de años antes yendo de un hemisferio á otro en busca del sustento. «Joven...», repitió con un tono que resucitaba todas las castas y las gradaciones sociales de los siglos muertos, para que el interpelado se diese cuenta de la enorme separación entre su persona y la del hombre que se dignaba darle consejos.

Pero, mientras que se desplegaba tanto celo en adelantar los conocimientos astronómicos que debian perfeccionar los geográficos, el hemisfério austral, por la naturaleza misma de estas investigaciones, quedó desatendido é inmovil en medio de este gran impulso dado á los trabajos científicos.

Por último, se servían de la carta de marear ó representación en un plano de la superficie de la tierra, en que se consideraba cada hemisferio como un cilindro cuya base era el Ecuador, y los meridianos eran paralelos. En la carta, partiendo de un punto conocido se situaban todos los demás por rumbo y distancia, ó por rumbo y diferencia de latitud ó por distancia y distancia de latitud.

Vean el ejemplo de las grandes naciones modernas: cuando les estorba su paso un pueblo refractario, lo suprimen... Inglaterra, con su virtud protestante y su lagrimeo bíblico, ha borrado del planeta razas enteras. España no pudo hacerlo. Tenía que poblar un hemisferio, le faltaba gente para tanta extensión, y hubo de transigir con los naturales.

Los primeros navegantes que habían pasado al otro hemisferio daban por seguro que en la línea morían todos los parásitos que se albergaban en los cuerpos de los marineros y en las rendijas de las naves. Y esta creencia no era solamente de los descubridores españoles; franceses e ingleses la adoptaban igualmente, llegando a ser durante muchos años una verdad universal.

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