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¡Phs! profirió Pablito, en quien el deseo de levantarse se había transformado ya en verdadero anhelo. , muy bien... y además tiene gusto para escoger pareja. ¡Caramba qué muchachas tan guapas se lleva usted siempre, señorito! Hace algunos meses le veía bailar siempre con una rubia... ¡hasta allí!

Acompañábanla, además del señor cacoquimio, un jovencito como de catorce años, que llevaba tras , atado de una cadena, un enorme perro negro, y cerraban la comitiva dos criadas jóvenes y guapas, que no tenían facha de gente española.

Por último, los entreactos, sin ser tan largos como ahora suelen ser, no deben ser tan cortos como en Alemania, donde no hay tiempo para ver y hablar á las damas bien vestidas y guapas, ni para discurrir sobre el drama que se está viendo, de todo lo cual resulta, á pesar del primor y lujo del espectáculo, algo de apresurado, y de poco ameno que contradice el título de diversiones públicas con que calificamos las del teatro.

Al principio no le llamaban la atención las mujeres que encontraba; pero al poco tiempo empezó a distinguir las guapas de las que no lo eran, y se iba en seguimiento de alguna, por puro éxtasis de aventura, hasta que encontraba otra mejor y la seguía también. Pronto supo distinguir de clases, es decir, llegó a tener tan buen ojo, que conocía al instante las que eran honradas y las que no.

Otros aristócratas disputaban a Vegallana la supremacía en cuestión de nobleza o riqueza, pero ninguno se atrevía a negar que la cocina y la bodega del Marqués eran las primeras de Vetusta. Ordinariamente la Marquesa se hacía servir por muchachas de veinte abriles próximamente, guapas, frescas, alegres, bien vestidas y limpias como el oro.

El resto era obra del instinto y de la fuerza de visión que tienen las mujeres tan perspicaces y tan guapas como Lita, para taladrar montañas con los ojos, ver hasta lo invisible al otro lado, y saber guardar su puesto donde quiera que habitan, por aislado y obscuro que el lugar sea. El otro punto aún era más fácil de explicar.

Algunas veces había pensado que había ciertas mujeres, pocas, que tenían un no qué, merced al cual ella sentía así como una disparatada envidia de los hombres que podían enamorarse de ellas; esas mujeres que ella concebía que fuesen queridas por los hombres, no eran como la mayor parte, que, guapas y todo, no comprendía qué encontraban en ellas los varones para enamorarse.

Aquí, por mucho que las miro, me es imposible saber si son jóvenes o viejas, guapas o feas, buenas o malas, pues tienen un aspecto, que desconcierta, de serlo todo a la vez. En el mismo momento se presentan bajo aspectos enteramente contrarios y la incertidumbre que producen es causa de cierto malestar.

Las vetustenses le parecían más guapas, más elegantes, más seductoras que otros días: y en los hombres veía aire distinguido, ademanes resueltos, corte romántico; con la imaginación iba juntando por parejas a hombres y mujeres según pasaban, y ya se le antojaba que vivía en una ciudad donde criadas, costureras y señoritas, amaban y eran amadas por molineros, obreros, estudiantes y militares de la reserva.

En fin, que había visto mujeres guapas, pero como aquella ninguna. Era una divinidad en toda la extensión de la palabra. Pasmadas estaban las amigas oyéndola, y aprovechó doña Lupe este asombro para acudir con el siguiente ardid estratégico: «Y en cuanto a lo de su mala vida, hay mucho que hablar... No es tanto como se ha dicho. Yo me atrevo a asegurar que es muchísimo menos».