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Actualizado: 28 de junio de 2025
En efecto, bajo la impresión de aquel nuevo desencanto, Juana de Maurescamp frecuentó la sociedad, desde entonces, con menos ilusiones y optimismo que antes. Observó con ojos más experimentados lo que pasaba a su alrededor; muchos comentarios que había tenido por calumnias, pareciéronle verosímiles; y muchas relaciones que juzgara inocentes, fuéronle sospechosas.
Los novios de Hornachuelos describen las humillaciones, que el rey D. Enrique III hace sufrir á un orgulloso rico-hombre de Extremadura, llamado Meléndez. La escena más notable es aquélla, en que el Rey penetra disfrazado en la habitación de su insolente vasallo para castigar su orgullo. Cierra las puertas, y se presenta cubierto á Meléndez, el cual, aun sin conocerlo, cae en tierra como agobiado por el solo poder de la majestad real. El Rey: El enfermo rey Enrique, Tercero en los castellanos, Hijo del primer Don Juan, A quien mató su caballo, Comenzó, Lope Meléndez, A reinar de catorce años, Porque entonces los tutores Del reino le habilitaron. Por Rey natural Castilla Le veneraba, no tanto, Que la edad á los descuidos No les concediese mano: Con la enfermedad también Más le desacreditaron En la omisión al respeto Inobedientes vasallos. El Rey, bien entretenido, Pero mal aconsejado, En la caza divertía Atenciones á los cargos. Dormido el gobierno entonces, La justicia á los agravios De los humildes servía, Más que de asombro, de aplauso. Fuéronle, amigos fieles Los días, avisos dando; Que en veinte años nunca han sido Prodigios los desengaños. Volvió á Burgos una noche De los montes, más cansado Que gustoso; cenar quiso; Y ninguna cosa hallando Al despensero llamó, Y preguntóle enojado Qué era la ocasión.
»Perdióse también el fuerte; pero fuéronle ganando los turcos palmo a palmo, porque los soldados que lo defendían pelearon tan valerosa y fuertemente, que pasaron de veinte y cinco mil enemigos los que mataron en veinte y dos asaltos generales que les dieron.
De lisonja en lisonja, fuéronle creando una fama grandiosa que a nadie mortificaba, y ya las gentes de la ciudad pronunciaban su nombre con profundo respeto, como si en verdad se tratara de uno de los más célebres capitanes de aquella guerra santa y vengadora. Don Íñigo acabó por aficionarse a su propia tertulia.
Palabra del Dia
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