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Actualizado: 30 de junio de 2025
Permitían las madres a aquella recogida cierta latitud en la observancia de las reglas; se la dejaba sola con una o dos filomenas durante largo rato, bien en la sala de estudio, bien en la huerta; se le permitía ir al departamento de Josefinas, y como tenía habitación aparte y pagaba buena pensión, gozaba de más comodidad que sus compañeras de encierro.
Delante fueron las Josefinas, soñolientas aún y dando bostezos, empujándose unas a otras. Seguían las Filomenas con cierto orden, las más diligentes dando prisa a las perezosas. Donde hay muchas mujeres, tiene que haber ese rumor de colegio, que se hace superior a la disciplina más severa. Entre chacota y risas se oía el rumorcillo aquel: «Mauricia... ¿no sabéis?
Dicho se está que Fortunata pertenecía a la clase de las Filomenas. Observó que buena parte del tiempo se dedicaba a ejercicios religiosos, rezos por la mañana, doctrina por la tarde. Enterose luego de que los jueves y domingos había adoración del Sacramento, con larguísimas y entretenidas devociones, acompañadas de música.
Su diligencia pasmosa trocábase en dejadez; y como las madres la reprendieran, no les respondía nada cara a cara; pero en cuanto volvían la espalda, dejaba oír gruñidos, masticando entre ellos palabras soeces. A este periodo seguía por lo común una travesura ruidosa y carnavalesca, hecha de improviso para provocar la risa de algunas Filomenas y la indignación de las señoras.
La Superiora respondió a aquella risa con otra menos franca. Tres o cuatro Filomenas de las más hombrunas bajaron a la huerta con orden expresa de traer a la visionaria. ¡Pobre mujer y qué perdida se pone! observó Sor Natividad dentro del corrillo de monjas que se iba formando . Males de nervios, y nada más que males de nervios.
Eran todas niñas de cinco a diez o doce años, que vivían aparte ocupando las habitaciones de la fachada. Comían antes que las otras en el mismo comedor, y bajaban a la huerta a hora distinta que las Filomenas. Toda la mañana estaban las niñas diciendo a coro sus lecciones, con un chillar cadencioso y plañidero que se oía en toda la casa. Por la tarde cantaban también la doctrina.
Palabra del Dia
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