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Los señores de Argicourt entran a su vez seguidos de Eva, que abraza valientemente a la tía Liette. Señorita dice la joven castellana, mientras su marido estrecha una vez más la mano de Carlos, tendríamos mucho gusto en ver a ustedes en Argicourt antes de que se vaya el capitán. Estaremos en toda intimidad; una comida de familia.

Carlos cerró los ojos para huir de la visión tentadora. No respondió con energía, no quiero la dicha a ese precio... Y yo no quiero llamarme la señora de Candore, sino la señora de Raynal... La puerta de la izquierda se había abierto a su vez, y Eva se adelantaba valientemente hacia el joven admirado.

Lo peor era que no podía enfadarse sin ponerse en ridículo. No se puede provocar a un caballero para obligarle a que nos invite. Había que tascar el freno en silencio mientras el hábil diplomático ocupaba al lado de Eva el sitio reconquistado.

La efigie de Cristeta-Venus se transforma de repente en la Eva mosaica que perdió el Paraíso, y en torno de ella comienza el desfile de una procesión interminable.

Eva azotaba nerviosamente con la fusta las hojas secas que quedaban todavía en las ramas muertas... Carlos se mordía el bigote oprimido por la conciencia de la palabra irreparable arrancada a su conciencia. ¿Quién sabía? Acaso le amaba ya un poco, a él, que la amaba tan apasionadamente... Acaso su brutal franqueza había helado la florecilla azul de un áspero frío de invierno.

hiciste no qué lío con la serpiente, excitando la cólera del Señor. Y el pobre Adán sólo sabía decir, como único remedio expuesto tímidamente: ¡Si te ocupases un poco más de los niños! ¡Si dedicases menos tiempo á tus modas!... Al oir estos consejos vulgares, la indignación daba á Eva un lenguaje poético.

El Señor contempló luego á Eva. Desde mucho antes le había dirigido rápidas miradas de curiosidad y de indignación. Era la primera vez que veía á una mujer vestida. ¿De dónde había salido este animal de plumaje fantástico, este loro sin alas, cuya forma absurda y colores chillones no hubiera podido concebir

Su grito de pavor fue ahogado por el de su compañero. Más rápido que el pensamiento, el joven, se tiró del caballo y levantó en sus robustos brazos a la linda desmayada. ¡Eva! ¡Mi querida Eva! exclamó transportado por irresistible entusiasmo.

Sobre todo, si alguna hija de Eva anda en el asunto, el galante forastero puede contar con un mal dia. Con las Valencianas de cierta clase se cumplen á la letra las palabras de Cervantes: «hay cosas que es mejor no meneallas,» y mujeres bonitas que es mejor no tocallas. El Valenciano de los arrabales tiene una fisonomía que parece el amalgama del árabe guerrero con el Napolitano.