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Con este señuelo, tal vez, no pocos individuos acaudalados de naciones, que en Francia se tienen entre el vulgo por semi-bárbaras, vendrán á París, ya que no á estudiar en la Sorbona, á aprender pornografía en los colegios de la nueva Babilonia. No acuso yo á ningún autor francés de que lleve tal intención; pero la lectura de sus libros produce el mismo efecto que si la llevara.

No parece de mala índole; pero le sucede lo que a tu hermano: debe estar plagadito de las ideas de ahora y ser de esos que no creen ni en la luz del día. Listo, será; ¡lástima que tenga oficio tan feo! El de su padre... Empezó a estudiar para abogado; pero luego le sucedió lo mismo que a Pepe. La palabra oficio sonó en los oídos de Leocadia como Tirso había previsto.

Con admirable intuición comprendía ya que las plantas más diminutas merecían el mismo examen atento que los árboles seculares, porque en todas partes la Naturaleza revela su inmensa riqueza. Por eso brincaba a menudo por encima de los setos y se metía por los cuadros de flores para estudiar los organismos inferiores.

Asienta la necesidad de estudiar la historia en compendio, para evitar confusion y ahorrar fatiga, y luego añade: «Esta manera de exponer la historia universal la compararemos á la descripcion de los mapas geográficos: la historia universal es el mapa general comparado con las historias particulares de cada pais y de cada pueblo.

No hemos de estudiar en estos apuntes la personalidad artística de Luís de Vargas, harto juzgada por la crítica; sus obras, sin llegar al número de las de otros de sus contemporáneos, le han señalado un puesto entre los grandes pintores sevillanos, puesto que nadie le disputa ni le ha escatimado.

»Con lo cual y una forzada sonrisa, el correspondiente ademán y la disculpa de que me llamaban desde la sala, escapeme del gabinete sin estudiar con los ojos la impresión que mis respuestas habían causado en las profundidades del banquero.

Rafaelito, y nadie más que Rafaelito; y para atestiguarlo estaban también las amigas de la manía, que se hacían lenguas en su presencia de lo elegante que era el chico. ¡Estudiar...! Ya lo haría más adelante.

Tampoco hay que comparar las tranquilas narraciones de los navegantes de profesión que corren las grandes vías trazadas, con las descripciones, á veces conmovedoras, de los audaces descubridores que las visitaron por vez primera, que señalaron, describieron los arrecifes, los escollos, atentos por ver de cerca y estudiar el peligro, al paso que el marino vulgar, el rutinario, trata de evitarlo.

Eran resabios, según Cristina, de su permanencia en un país de vicios, donde se piensa poco en Dios. ¿No podía estudiar y ser un sabio, como muchos padres jesuítas, sin separarse por eso de la religión? Debía sentar la cabeza, y para esto nada como casarse. Ella se encargaba de su matrimonio.