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Actualizado: 13 de junio de 2025


Dondequiera que un obstáculo contenga la rapidez, el arroyo cesa de empujar los granos de arena del fondo y abandona las partículas sólidas que llevaba en suspensión.

Afortunadamente, estas crecidas repentinas, que debiéramos llamar avalanchas de agua, cambian de aspecto en la base de las montañas. En los llanos donde la inclinación del suelo es relativamente débil, y á veces imperceptible, la masa líquida del arroyo pierde su fuerza de impulsión y cesa de empujar las materias arrancadas de las laderas.

A no ser por semejante desgracia, acaso hubiera tenido carrera: los Moscosos conservaban, desde el abuelo afrancesado, enciclopedista y francmasón que se permitía leer al señor de Voltaire, cierta tradición de cultura trasañeja, medio extinguida ya, pero suficiente todavía para empujar a un Moscoso a los bancos del aula.

Antes de empujar la puerta, que hacía mucho ruido, se le ocurrió ver lo que hacía Luisa en aquel momento. Acercose, pues, a la ventana y miró hacia dentro de la habitación: Luisa se hallaba de pie, junto a las cortinas de la alcoba; parecía muy animada, arreglando, doblando y desdoblando varios vestidos extendidos sobre la cama.

En el momento presente de nuestra historia prevalecía en doña Inés el empeño de empujar a Juanita hacía el monjío. Preveía para ella peligros inminentes y ansiaba salvarla, aun a costa de privarse de su agradable presencia y de su dulce trato. Se comprenderá qué clase de peligros temía la señora de Roldan si echamos una ligera ojeada retrospectiva y ponemos al lector en antecedentes.

Tan rara alucinación era, sin duda, causada por la vuelta a Ulloa, después de un paréntesis de dos lustros. ¡La muerte de la señora de Moscoso! Nada más fácil que cerciorarse de ella.... Allí estaba el cementerio. Acercarse a un muro coronado de hiedra, empujar una puerta de madera, y penetrar en su recinto.

Palabra del Dia

rigoleto

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