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Cuando pues se ha pretendido atacar la certeza de nuestros conocimientos fundándose en la dificultad de distinguir entre dichos estados, se ha echado mano de un argumento fútil, apoyado en un hecho completamente falso.

Un alcalde de pueblo, yendo a visitar al gobernador de la provincia, llevó consigo a su familia. Tengo el honor, le dijo, de presentar a V. E. mi mujer y mi hija, y para que las pueda distinguir, me atrevo a advertirle que la de más edad es mi mujer. 110 Yo no qué hacer, dijo Juan a su mujer. Don Cándido me escribe pidiéndome mil reales, y ya sabes que no puedo rehusar darle el dinero.

Sin duda las madres Micaelas no gustaban de perder el tiempo. «Despídase usted» le dijo la seca, tomándola por un brazo. Fortunata estrechó la mano de Maxi y de Nicolás, sin distinguir entre los dos, y dejose llevar.

Los que habían de morir ocupaban los asientos más altos. Situado a la entrada de la calle, Ramiro les observaba de costado, sin poder distinguir a la sarracena.

El tren corta la comarca ondulosa de Fontainebleau, y no permite distinguir ni la ciudad cercana ni el palacio famoso, teatro de los amores y las fiestas voluptuosas de la corte de Luis XIV, como de la abdicacion ó caida primera del orgulloso Napoleon.

Traía el rostro cubierto con un transparente y delicado cendal, de modo que, sin impedirlo sus lizos, por entre ellos se descubría un hermosísimo rostro de doncella, y las muchas luces daban lugar para distinguir la belleza y los años, que, al parecer, no llegaban a veinte ni bajaban de diez y siete.

Detrás de él dos jóvenes de diez y seis y veinte años, respectivamente, de piel blanca como la de los europeos, pero no atezada como la que suele distinguir a la gente de mar, parecían esperar con cierta ansiedad el resultado de la minuciosa observación que estaba practicando el del anteojo. ¿Ves algo? le preguntó al poco rato el más joven de ellos.

Pero, por merced, si un caballero cegato como vos se quita voluntariamente la mitad de la poca vista que le queda, no váis á distinguir un arquero inglés de un capitán español. Paréceme que no habéis andado muy cuerdo en la elección de vuestro voto.

Y el munícipe volvió a su asiento, enjugándose la frente, miró al gobernador con aire satisfecho y dijo a los dos alguaciles: Tenedle bien por la brida. ¿Que quién soy? dijo el extraño caballero levantando altivamente la cabeza, que hasta entonces no se había podido distinguir bien.

Pero, á pesar de tamaña debilidad, no deja de brillar en el fondo de nuestra alma aquella luz inextinguible encendida en ella por la mano del Criador; y esa luz nos hace distinguir entre el bien y el mal, sirviéndonos de guia en nuestros pasos, y de remordimiento en nuestros extravíos.