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Actualizado: 22 de junio de 2025


Cayó enfermo el 25 de agosto de 1634, y falleció cristianamente en medio de su familia y amigos, entre los que no faltaba el Duque de Sessa, el día 27 del mismo mes. Cuatro días antes aún había compuesto un soneto y una silva titulada El Siglo de oro. El mismo Montalván refiere los pormenores de su solemnísimo entierro y de los varios funerales celebrados en sufragio del alma del poeta.

Pudiera suceder, por último, que constando la Economía Política, si no me equivoco, de varias partes, como son: la creación de la riqueza, su circulación, su repartición y su consumo, hayamos por acá estudiado a fondo las partes últimas, y hayamos descuidado bastante el estudio de la primera, considerándola acaso como imposible de aprender, y exclamando humilde y cristianamente con el poeta: Es el criar un oficio Que sólo le sabe Dios Con su poder infinito.

El casamiento, cristianamente considerado, no presupone historia amorosa, por muy delicada y limpia que sea. Es más bien un contrato, purificado, santificado y sancionado por la religión, cuyo fin principal es la fundación de las familias, la educación de los hijos y la conservación de los linajes. Tan cumplir con un deber es casarse como entrar en religión.

Con tanta precipitación quiso hacer su viaje el duque de Gandía, que le dió un causón en el camino, y se murió en una venta sin otro consuelo sino que también en un mesón se murió el gran rey don Fernando el Católico. Trajéronle difunto á su panteón de Madrid, y doña Juana se puso el luto sin alegría, pero sin sentimiento. El que se alegró poco cristianamente, fué el duque de Osuna.

Pocos días después, el 10 de noviembre, destacábase una horca frente a la capilla de Tungasuca; y el altivo español, vestido de uniforme y acompañado de un sacerdote que lo exhortaba a morir cristianamente, oyó al pregonero estas palabras: Esta es la justicia que don José Gabriel I, por la gracia de Dios, Inca, rey del Perú, Santa Fe, Quito, Chile, Buenos Aires y continente de los mares del Sur, duque y señor de los Amazonas y del gran Paititi, manda hacer en la persona de Antonio de Arriaga por tirano, alevoso, enemigo de Dios y sus ministros, corruptor y falsario.

Moral y cristianamente hubiera sido mejor que Felícitas no se suicidase, que terminase su vida de otro modo; que, por ejemplo, muriese de pena. Aquel suicidio, sin embargo, harto se ve que está motivado por la locura: por un frenético e irresistible arrebato que exime de toda responsabilidad a Felícitas.

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