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Abrazad, primo, a este caballero, que es el señor don Diego de Carriazo, gran señor y amigo mío. Ya conozco al señor don Diego respondió el Corregidor , y le soy muy servidor.

En tanto que esto pasaba, había persuadido el Corregidor a su primo don Juan que se viniesen todos con él a su casa; y aunque don Juan lo rehusaba, fueron tantas las persuasiones del Corregidor, que lo hubo de conceder; y así, entraron en el coche todos.

El administrador se queja de que nada se hace, el corregidor se disculpa con que los indios no le obedecen, porque no le tienen miedo, y todo para en que es preciso dejar al corregidor y cabildo obrar con libertad, porque el pueblo no se pierda.

Los indios conocen la falta de autoridad de su corregidor y cabildo, les pierden el miedo, que es el único motivo que les obliga a trabajar, y todo se convierte en desorden.

aquí las cartas del abad de Berguén. No necesito pedir limosna, dijo el joven algo ofendido. Tanto mejor para vos. ¿Sabéis quién soy? No, señor. Yo soy la ley, soy el corregidor del condado y represento la justicia de nuestro bondadoso soberano, Eduardo III. Á tiempo llegáis, señor, dijo Roger inclinándose ante el personaje.

Con la noticia de este segundo desgraciado suceso, determinó el mismo corregidor enviar todas las milicias de su provincia, que marcharon bajo la conducta del capitan D. Santiago Vial, y al llegar á Juli reconoció el sangriento estrago de todos los vecinos de aquel pueblo, que pasaban por españoles, cuyos bienes habian saqueado, sin librarse el sagrado de los templos del furor y la profanacion, tomando despues los rebeldes por asilo las cumbres de las montañas inmediatas.

Sin embargo, pocos días después de la ejecución de Bracamonte, y no sin prevenir de antemano al Corregidor, marchose don Alonso para Madrid, con el propósito de pedir amparo a su amigo el Conde de Chinchón y arrojarse a los pies del soberano protestando de su inocencia. Felipe Segundo se hallaba todavía en El Escorial, y don Alonso prosiguió su viaje con una carta del Conde.

El Almirante, ofreció enviar un vapor para activar la referida expedición de armas aparte de las órdenes que tenía dadas al Cónsul Wildman, poniendo inmediatamente á mi disposición todos los cañones que había en los buques de la escuadra española y 62 fusiles Maüser con muchas municiones, que estaban en el Petrell procedentes de la Isla del Corregidor.

El corregidor debería tener intervención en todos los asuntos de la factoría; tendría una llave de cada almacén y de la caja del dinero; celaría y procuraría se cumpliesen todas las disposiciones del factor, quien consultaría con él todas aquellas cosas en que los indios tienen experiencia, y le daría noticia de todo lo que se iba a emprender para que así llegase a noticia de todos los del pueblo y se asegurasen de que cuanto se hacía era en su beneficio.

Las once serían de la noche, cuando de improviso y sin pensarlo vieron entrar en la posada muchas varas de justicia y, al cabo, el Corregidor.