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Y llegado el instante crítico, cuando los ulloístas se juzgaban ya dueños del campo, inclinaron la balanza del lado del gobierno defecciones completamente impensadas, por no decir abominables traiciones, de personas con quienes se contaba en absoluto, habiendo respondido de ellas la misma casa de los Pazos, por boca de su mayordomo. Golpe tan repentino y alevoso no pudo prevenirse ni evitarse.

Dos espadas tan diestra y poderosamente manejadas pronto ladearon la victoria a la banda cristiana. Muley, a despecho de todos, contenía a los suyos, reparándose y mejorándose como más a cuento podía; pero un enemigo, con quien no contaba, le puso a la merced de sus contrarios.

A la marquesa le quedaba todavía un otoño muy agradable que explotar, si hubiera querido apurar las cosechas hasta la vendimia inclusive. Contaba aún con muchos, con muchísimos golosos; porque más varios que las estaciones de la vida son los gustos de los hombres viciosos y desarreglados.

Era el señor de Villemaurin uno de esos caballerosos sujetos que parecen haber sido respetados por la muerte para recordarnos los usos de las edades históricas en estos tiempos de degeneración que atravesamos. Según su fe de bautismo, no contaba nada más que setenta y nueve abriles; pero, por los hábitos y costumbres de su cuerpo y de su espíritu, pertenecía sin duda al siglo xvi.

Además, le entusiasmaba hablar mal de los señores del coro, que le habían dado más de un pescozón cuando era monaguillo. Ponía motes a todos los canónigos, y señalándolos uno por uno a Gabriel, le contaba los secretos de su vida.

Yo contaba con ganar algo en estos quince días... pero ya lo sabes.... Castro Pérez me obligó.... Hiciste bien. ¡Bien hecho! ¿De modo que necesitarás algo? ¡La verdad... ! respondí sonrojado. No te apures, Rorró. Mientras ganas en tu nuevo destino, no te apures. Además... creo que necesitas ropa para ir a la hacienda. No has de ir vestido de catrín. Ahora arreglaremos eso.

Cuando el virrey conde de Castellar, que a la sazón contaba cuarenta y seis años, vino a Lima, trajo en su compañía, entre otros empleados que habían comprado sus cargos en la corte, a don Juan de Villegas.

Algunas veces contaba con los accidentes de aquel género de vida debilitante para sorprender en falta a Magdalena y apoderarme de un espíritu tan seguro de mismo, pero eso no sucedió: Estaba yo casi enfermo de impaciencia.

En comprobación de este aserto contaba D. Fadrique varias anécdotas, entre las cuales ninguna le gustaba tanto como la del bolero. D. Fadrique bailaba muy bien este baile cuando era niño, y D. Diego, que así se llamaba su padre, se complacía en que su hijo luciese su habilidad cuando le llevaba de visitas ó las recibía con él en su casa.

Cuando mi padre volvía, y contaba á mi madre los peligros que había arrostrado, mi madre le escuchaba sonriendo; cuando mi padre se despedía para una nueva campaña, le abrazaba sonriendo también; cuando nos quedábamos solas, mi madre se me mostraba alegre, tranquila. No quería ennegrecer mi alma de niña con su tristeza.