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Actualizado: 19 de octubre de 2025
Se revolvió la servidumbre asombrada, y el mismo don Manuel corrió inquieto hacia la niña, a quien doña Rebeca cubría ya de besos chillones y babosos, diciendo a guisa de explicación: Como no me conoce, se asusta un poco. Carmencita tendió ansiosa los brazos a su padrino, y poco después se refugiaba en los de Rita hasta que doña Rebeca se hubo despedido.
Sentados en las blandas almohadillas de un diván, los dos amigos encendieron sus cigarros en silencio, y luego el marino, sin petulancia, con una sinceridad admirable, reanudó su relato: Pues Carmencita me quería, chico; ¡vaya una tentación!
Pero con el linaje de estos mocitos ocurre lo que dicen los franceses, refiriéndose a las patatas: «lo bueno está debajo de tierra». Mi hermana, en cambio, se hallaba encantada con la reunión y le satisfacía mucho el papel que habían hecho las niñas, sobre todo Carmencita, que es la más frívola.
Pero Luzmela se había hundido en la espesura sombría de la tarde. Sólo en algunos momentos, entre la niebla jironada, aparecía austero y lejano el perfil de la torre señorial. Entonces Carmencita se enjugaba los ojos con presteza y miraba, miraba toda anhelante.
Con una facilidad asombrosa acomodóse Carmencita a la vida sedante y fría de Luzmela. Su naturaleza robusta y bien equilibrada no sufrió alteración ninguna en aquel ambiente de letal quietud que se respiraba en el palacio; ella lo observaba todo con sus garzos ojos profundos, y se identificaba suavemente con aquella paz y aquellas tristezas de la vieja casa señorial.
Doña Rebeca y Narcisa se habían sumido en una de sus frecuentes desapariciones, y la criada tampoco aparecía por ninguna parte. Entonces Carmencita entró tímidamente en el aposento del mozo, llevando en la mano un vaso de agua de piedad.
Palabra del Dia
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