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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Las cápsulas se recogen en montones y se dejan en el suelo uno o dos días, antes de someterlas al procedimiento de curación, proceso sumamente delicado del cual dependen en gran manera el sabor y la calidad del producto. La fermentación y desecación constituyen las dos operaciones principales que siguen naturalmente a la operación de descascarar. Esto se hace con un machete.
Tenía casi la certeza de haberlo cargado hacía un mes, poco más o menos. Buscó la cajita de las cápsulas y no la halló. ¡Qué cosa tan extraña! No tardó en recordar que Cecilia le había visto con él en la mano, y una sonrisa dulce y triste se dibujó en sus labios. Fué a echar mano a las escopetas. Las encontró igualmente descargadas. Los cartuchos habían desaparecido de su sitio.
Los pedazos de bayoneta, las chapas metálicas, las cápsulas de fusil, centelleaban como pedazos de espejo. La noche húmeda, la lluvia, el tiempo oxidador, no habían modificado aún con su acción corrosiva estos residuos del combate, borrando su brillo. La carne empezaba á descomponerse. Un hedor de cementerio acompañaba al caminante, siendo cada vez más intenso así como avanzaba hacia París.
El nombre parece extraño; pero quizás no carezca de abolengo. Un filósofo podría, tal vez, descubrir cierta analogía entre ese término y la expresión popular de «costarle a uno un riñon», expresión demostrativa de que el pueblo considera también los duros como una especie de cápsulas subrenales... Pero todo esto son fantasías.
El Comité aguardaba tranquilamente en medio de la calle, armado de los famosos «rayos negros». Le bastó proyectarlos, para que una mitad de las tropas huyesen á la desbandada y la otra mitad quedase tendida en el suelo. Los soldados vieron cómo sus fusiles estallaban entre sus manos antes de disparar y cómo se inflamaban las cápsulas en sus cartucheras, acribillándolos de heridas mortales.
El senador, que había escrito versos en su juventud y hacía poesía oratoria cuando inauguraba alguna estatua en su distrito, vió en estos solitarios de la montaña, ennegrecidos por el sol y el humo, despechugados y arremangados, una especie de sacerdotes puestos al servicio de la divinidad fatal, que recibía de sus manos la ofrenda de las enormes cápsulas explosivas, vomitándolas en forma de trueno.
Antes de echarse el jaique sobre los hombros sacó su revólver de la faja, examinando escrupulosamente el estado de las cápsulas y el juego de la llave. ¡Todo corriente! Al primero que intentase algo contra él, le metía los seis tiros en la cabeza. Sentíase bárbaro, implacable, como uno de aquellos Febrer leones del mar, que saltaban a las playas enemigas, matando para no morir.
Palabra del Dia
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