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Actualizado: 16 de julio de 2025
Fue una locura de la juventud dijo el cardenal, que sonreía con orgullo recordando al arrogante sargento de dragones . En España sólo hay tres carreras dignas del hombre: la de la espada, la de la Iglesia o la de la toga. La sangre me bullía, y quise ser soldado; pero tuve la desgracia de pillar tiempos de paz.
Artegui retiró aprisa su mano de la asilla del vidrio, donde la apoyaba, y la niña miró atónita a su alrededor. Notó que hacía fresco, y abrochó su cuello y anudó su corbata. Hombres con boina, mozas con el pañolito atado tras del moño, una marea de viajeros de diversa catadura y condición social, se empujaba, se codeaba y bullía en la ancha estación.
Encontrándome en Legaspi supe que con motivo de aproximarse el pintacasi de dicho pueblo, bullía en las munícipes cabezas, entre otros obsequios, dar una comedia, utilizando únicamente los elementos del pueblo.
De repente, una exhalación salvaje rasgó el aire. Y yo sentí aquella masa ávida, arremeter sobre las carretas que defendían la puerta, formadas en semicírculo. Al choque todo el maderamen de la «Hospedería de la Consolación Terrestre», crugió y osciló. Corrí a la baranda. Abajo bullía un tropel desesperado en torno de los carros derribados.
Al despedirse le dijo que vendría de noche a buscarla para ir a un teatrito por horas, y que estuviese ya vestida y no se hiciese esperar. La sonrisa cruel que plegaba sus labios al bajar la escalera inspiraba frío y miedo. ¡Pobre niña! ¡Cuán ajena estaba del pensamiento que bullía en la mente de aquel hombre egoísta, sin entrañas!
Pero aún se detuvo un momento, porque aquel diablo de hombre estaba en todo. ¡Los folios! ¡Borrad los folios! Parecía que a la barca le habían salido patas. Estaba ya fuera del agua y se arrastraba por la arena en medio de aquella multitud que bullía y trabajaba, animándose con alegres gritos. ¡Qué chasco! ¡Qué chasco se llevarán los del gobierno!
Esta costumbre era tan general y absoluta, que nadie podía esquivar su imperio. La muerte bullía, pues, siempre en el fondo de estas intrigas amorosas; hasta la ofensa más ligera pedía sangrienta expiación, no bastando que sucumbiera el ofensor; la hija, la hermana ó la esposa, por inocentes que fuesen, eran arrastradas también en su caída.
Gustavo tuvo espacio y ocasión para decir todo, todo lo que bullía en su mente desde hacía algunos meses sin que la dama encontrase motivo para enojarse. El tiempo transcurría, la charla fue haciéndose cada vez más íntima. Elena, un poco aturdida, se iba dejando arrastrar a las confidencias.
Palabra del Dia
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