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Actualizado: 12 de junio de 2025
Entramos en el comedor que todos conocemos: un gran salón al cual le falta mucho para estar bien puesto. Aquella noche, Canale, como de costumbre, había formado la gran mesa en herradura con mesas centrales, y sobre ella, había levantado los mismos catafalcos de cartón y pastas de azúcar de todos los años.
El azúcar en el norte y el ganado vacuno en el sur eran conocidos fuera del país hace cien años, y en cuanto se refiere a las primeras necesidades de la vida, el Brasil se ha sostenido por sí mismo desde los primeros tiempos.
En cambio chasqueaba la lengua con entusiasmo al referir á sus amigos los misterios sabrosísimos del gazpacho blanco, las poleás con azúcar, las aceitunas aliñás, las naranjitas y la mojama.
Se divide la masa en porciones, se espolvorea una lata con azúcar, se hacen las ensaimadas y se van colocando en la lata sobre una vasija de agua hirviendo, y cuando se vea que han aumentado mucho, se meten al horno.
Contrastaba su indisputable aire de gran señor con su traje abandonado y hasta sucio, y dábale todo ello el aspecto de un anciano monarca disfrazado de tendero. Hallábase sentado ante una gran botella de ginebra, que despachaba poco a poco en una inmensa copa de cristal, echando de cuando en cuando algunos terrones de azúcar.
Iba á apuntar en un pedazo de papel las dosis de aguardiente de caña y de azúcar, cuando ella se levantó, súbitamente vigorizada, mirando en torno con extrañeza... ¿Por qué estaba allí? ¿Qué tenía que ver con aquel buen hombre medio desnudo que le hablaba como si fuese su padre?... ¡Gracias! ¡muchas gracias! dijo al salir de la cocina.
AZUCARILLOS. Se bate un poco una o más claras de huevo y se agrega la misma cantidad de tazas de agua que de azúcar florete; se acerca al fuego y se hace hervir a fuego vivo, y cuando tiene un punto fuerte, se pasa por un paño húmedo.
El chocolate era una de las cosas en que más actividad y celo desplegaba Plácido, porque en cuanto Barbarita le daba órdenes ya no vivía el hombre. Compraba el cacao superior, el azúcar y la canela en casa de Gallo, y lo llevaba todo a hombros de un mozo, sin perderlo de vista, a la casa del que hacía las tareas.
¡Que si le he tomado cariño!... Mira, no me iría a vivir a la casa más hermosa de Estrasburgo aun cuando me dieran dos mil libras de renta. Hace veintitrés años que guardo aquí mis mercancías: azúcar, café, pólvora, tabaco, aguardiente; todo se mete ahí. Tengo ocho caballerías siempre de camino. Pero no disfrutas de nada.
No debían acordarse de este mal inevitable, de este último peligro sin remedio alguno, que entristece la vida, quitando su sabor al pan, su alegre topacio al líquido de la parra, su jugo al blanco queso, su sabor de azúcar a los higos purpúreos, y su energía picante a la sobreasada, entenebreciendo y amargando todas las cosas buenas que Dios puso en la isla para consuelo de las gentes de bien. «¡Ay, don Jaime, qué miseria!...»
Palabra del Dia
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