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Actualizado: 7 de julio de 2025
Es mentira, ¿no es verdad, hijo mío? no es gota, ¿verdad, Pepe? decía el enfermo. No, papá; cálmate, por Dios: ¡ha sido una infamia! Sólo al cabo de dos o tres horas, seguro ya de que nadie se atrevería a molestar al viejo, marchó Pepe a su trabajo, observando al salir que doña Manuela estaba encerrada con Tirso en el cuarto de éste.
La idea parecerá descabellada, pero yo me atrevería a apoyarla con un precedente: los cerebros alemanes. Minuciosamente preparados por el Estado y exactamente iguales unos a otros, los cerebros alemanes de la avant-guerre podrían considerarse como un producto industrial.
Hombre, eso, como este público es así... yo no me atrevería... pero mi opinión es que o debe alborotar, o le tiran los bancos. ¡Hola! No hay medio. Hay cosas atrevidas, ¡pero qué escenas! Figúrese usted que hay uno que es hijo de otro. ¡Oiga! Pero el hijo está enamorado... Deje usted: yo no me acuerdo si es el hijo o el padre el que está enamorado. Es igual.
Es verdad: pero no me atrevería a recomendar este partido a Antoñita; es un libertino de costumbres muy relajadas que cifra todo su orgullo en la pretensión de pasar plaza de seductor como Novelace o don Juan Tenorio. Eso podrá satisfacer a los alocados como él; pero, francamente, sería una garantía muy débil para la futura felicidad de Antoñita.
Pilar era alta, rubia y de ojos negros; no era hermosa, como una heroína de novela antigua, pero sí muy agraciada y simpática; no tenía los dedos hechos a torno, porque la aguja y el trabajo los habían deformado, ni el busto escultural, porque no me atrevería a decir si la corrección de sus líneas era debida al corsé o era natural patrimonio de su dueña; mas, la verdad sea dicha: Pilar pasaba por buena moza y aun llegaba a parecer bonita, y lo hubiera parecido mucho más sin aquella palidez de su cara, que no se sabía si atribuirla a la fatiga o a la anemia.
Palabra del Dia
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