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Lo que mas hace á nuestro asunto, es entender el modo como hemos de portarnos, para que nuestras nociones sean siempre verdaderas. Dos máxîmas ha de guardar el que quiere conseguirlo. La una es: no dar asenso, ó disenso á ninguna proposicion, de quien no veamos claramente la conformidad que tiene con las cosas en que consiste la verdad real.

Precisamente, lo singular de este fenómeno está en que nuestra inteligencia se sienta obligada á dar su asenso á una proposicion, en que se afirma un enlace absolutamente necesario sin relacion á ningun objeto existente.

Algunos modernos hacen actos de la voluntad, y no del entendimiento, al asenso y disenso, y por consiguiente al juicio; y lo fundan en que á nuestro albedrio consentimos en las proposiciones, ó disentimos á ellas quando queremos, lo que parece propio de la voluntad. Esta qüestion la tengo por poco util para hallar la verdad, y evitar el error en las Artes y Ciencias.

Además, por poco que reflexionemos sobre la certeza de las verdades íntimamente enlazadas con la experiencia, cuales son las aritméticas y geométricas, desde luego echaremos de ver, que la seguridad con que en ellas estribamos, no se apoya en la induccion, sino que independientemente de todo hecho particular, les damos asenso, considerando su verdad como absolutamente necesaria, aun cuando no pudiéramos comprobarla nunca con la piedra de toque de la experiencia.

Para ellos el mundo exterior es ó una pura apariencia, ó un ser que nada tiene de semejante á lo que se figura el linaje humano; el criterio de la evidencia, el del sentido comun, el del testimonio de los sentidos son de escasa importancia para obligar al asenso; solo el vulgo debe contentarse con fundamentos tan ligeros: el filósofo necesita otros mucho mas robustos.

El corregidor, ya fué que no dió asenso á los avisos de aquel religioso, ó porque penetrase su interior, no alteró sus providencias, de que nacieron continuos sobresaltos y cuidados: porque, resentido de esto, no cesó de esparcir en adelante funestas noticias, que amenazaban por instantes el insulto ofrecido por los indios circunvecinos.

Cuando no podemos mudar de ojos, de cejas, ni aún de pestañas, ¿quieren los franceses que mudemos de Dios? Pero seamos justos ante todo. ¿Os parece, lectores mios, que el autor del libro ha querido decir tal dislate, y que el Emperador ha podido prestarle asenso? No. En esto, como en todo lo que aquí pasa, media cierta poesía fantasmagórica, cierta fascinacion aérea.

En efecto, se ha demostrado con la experiencia que nuestro entendimiento no se guia por ninguna de las consideraciones que tienen presentes los filósofos; su asenso, en los casos en que va acompañado de mayor certeza, es un fruto espontáneo de un instinto natural, no de combinaciones; una adhesion firme arrancada por la evidencia de la verdad, ó la fuerza del sentido íntimo ó el impulso del instinto, no una conviccion producida por una serie de raciocinios; luego esas combinaciones y raciocinios, solo existen en la mente del filósofo, mas no en la realidad; luego cuando se quieren señalar los cimientos de la certeza, se indica lo que tal vez pudiera ó debiera haber, pero no lo que hay.

aquí otra necesidad del asenso á ciertas verdades morales, y aquí por qué encontramos tambien esa irresistible y universal inclinacion al asenso.

Al referírsenos algun hecho, cuando el narrador no es testigo ocular, á veces la buena educacion no permite preguntar quién lo ha contado; pero la buena lógica prescribe atender siempre á esta circunstancia, y no prestar lijeramente asenso sin haberlo tenido presente.