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Porque la mujer es la misma Naturaleza. En el fondo del agua untuosa vense pequeñas algas, pequeñas , pero sustanciosas y nutritivas, y otras plantas liliputienses de finos y apreciados dibujos: pradera paciente para alimentar sus ganados, los moluscos, que ramonean por encima. Lepadas y bocinas, rombos, almejas violadas, telinas rosadas ó color lila, gente tranquila toda, esperarán.

Los holothuridos, sumamente apreciados por los chinos, por suponer que es un poderoso afrodisiaco, constituyen para ellos un manjar exquisito, llegando á pagarse las especies stichopus y bodohschin, abundantes en Filipinas, á elevadísimo precio.

Esta sal solo es conocida hasta ahora por los apuntes de algunos médicos alemanes y por la memoria del doctor Huette. Aun cuando no se le dan las mismas propiedades del bromo, y se le cree análogo al yoduro potásico, es necesario reconocer que no están aun bastante apreciados sus efectos para formar una idea justa de su accion electiva y de sus caractéres diferenciales.

La impresión que estos letargos dejan suele ser más honda que la que nos queda de muchos fenómenos externos y apreciados por los sentidos.

Fermín hizo un gesto afirmativo y sonrió, como si adivinase lo que iba a decirle don Ramón. Se sabía de memoria los períodos oratorios de los prospectos de la casa, apreciados por don Pablo como las muestras más gloriosas de la literatura profana. Siempre que hallaba ocasión, el viejo empleado los repetía en tono declamatorio, embriagándose con el paladeo de su propia obra.

Y, confesando la verdad, debo añadir que Raquel no parecía hallarse mal prisionera dentro de ella; antes correspondía con otra, si no tan espesa, lo suficiente pura que el joven pensase con razón que sus notabilísimos cabellos y barba eran apreciados en su justo valor por la hermosa dama.

Especialmente las mujeres, con la historia eterna de almas heridas por afectos mal retribuidos, ó mal puestos, ó no bien apreciados, ó en consecuencia de pasión errada ó culpable, ó abrumadas bajo el grave peso de un corazón inflexible, que de nadie fué solicitado ni estimado, estas mujeres eran las que especialmente iban á la cabaña de Ester á consultarla, y preguntarle por qué se sentían tan desgraciadas y cuál era el remedio para sus penas.

La diferencia de origen, se acentuaba entre él y su nueva familia. Era en su casa como los esclavos de Roma, famosos y apreciados por su habilidad en las ciencias ó las artes, pero que en presencia de los señores recobraban su humilde condición, y seguían siendo esclavos. Al intentar una débil protesta, se aterraba apreciando la separación moral que existía entre él y su mujer.

«Yo no voy a la escuela aunque me pegue mi señora abuela.» ¡Qué sobriedad tan encantadora! ¡Qué amable sencillez se advierte en esta y en otras frases que se encuentran esparcidas por una muchedumbre de poemas no bastante apreciados del público! Otras veces prefiere envolver sus vastas concepciones poéticas y metafísicas, en un misterioso simbolismo atestado de laberintos.

Sentirían mucho que un error momentáneo les privara de sus buenos oficios, apreciados por ellas en todo su valor, y rompiera relaciones que consideran de un precio infinito.