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Los criados comentan en voz baja, graves, lentos, reunidos a la redonda de la cesta llena de mazorcas, y sus voces supersticiosas, parece que van en la oscuridad, de un misterio hacia otro misterio. Y los pasos vienen y van. ANDREI

¿Y un sitio al amor de la lumbre? ANDREÍ

Como lleguen a desaparecer las alhajas de la capilla ya puedes confesarte. Te desuello, y clavo en la puerta de mi casa tu piel de bruja. ANDREÍ

Y el rumor de los pasos que vienen y van, parece marcar todos los gestos y todas las actitudes de aquellos criados que desgranan mazorcas en la antesala oscura. ANDREÍ

¡Esa todos los nacidos la escuchamos! ANDREÍ

El viejo linajudo sale seguido del capellán. Después de un instante en torno del fuego, bajo la chimenea donde resuenan las risas del viento, comienzan a despertarse las voces de los mendigos, apagadas y llenas de misterio. ¡En una casa tan rica no haber pan en el horno!... ¡Vísteislo vosotros jamás de los jamases? ANDREÍ

¡Maldita suerte! ¿No habrá tiempo todavía? ANDREÍ

Andreíña, la criada vieja y encubridora, trae la nueva de que está llegando Don Juan Manuel. ANDREÍ

Como un rezo en la boca llagada del leproso. La capilla. Don Farruquiño aparece en el presbiterio, sentado en un escaño con espaldar de viejo y noble belludo, orlado por grandes clavos de bronce. Enfrente se abre el arco de la tribuna, donde se sume la figura negra y bruja de Andreíña. ANDREÍ

La vieja criada llega adonde el ciego, y aparta, con su diestra de bruja al lazarillo, empujándole hacia el hogar donde se agrupa la hueste mendicante. El Ciego de Gondar y la vieja se enredan en una plática que comienza en alta voz y acaba en susurro de secreto. Bien de mi corazón, allega si quieres, y si non non, que por el mundo sobran mujeres. ANDREÍ