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Era persona de buen juicio y muy oportunista, quiero decir que no gustaba de hacer cosa ninguna fuera de sazón, y para calentarle las orejas a su sobrino no era buena hora la media noche. Porque seguramente ella había de alzar la voz y no convenía el escándalo. También era probable que al chico le diera una jaqueca muy fuerte si le sofocaban tan a deshora, y doña Lupe no quería martirizarle.

Siendo de ochenta y tres años, y á pesar de haber quedado tan débil con una enfermedad que padeció, que por órden de los médicos se alimentaba al pecho de dos amas y dormian con él dos niños robustos para calentarle, vivió lo suficiente para hacer su nombre digno de eterna memoria: bajo su episcopado se verificó la famosa expulsion de los moriscos, y á su ilustrada tolerancia debió el no ser echado de Córdoba un morisco insigne por su sabiduría en las ciencias físicas, llamado Felipe de Mendoza, hombre útil á la república.

No contribuyó poco a su alivio la soledad en que estaba y el no permitir Salvador que le visitara persona alguna, porque en el hospital los demás enfermos se complacían en calentarle los cascos, contradiciéndole en sus vehemencias o alentándole en sus majaderías.

Estas innobles guerrillas que dirige y exacerba el hambre, ó cuando mucho, la ambición de mando ó de destinos, no puede sufrirlas un día y otro día ningún hombre que aprecie en algo su hidalguía y sienta aún el rubor de su dignidad calentarle las mejillas cuando una torpe lengua ó una envenenada pluma le hieren en el sagrario de su honra; que ésta no transige, ni ser puede más que una, ora se albergue bajo el burdo ropaje del campesino, ora bajo los bordados ostentosos del hábito de un magnate.