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Con doña Luz estuvo muy fino y amable, y doña Luz asimismo lo estuvo con él. Los chistes urbanos, las anecdotillas picantes, sin rayar en libres, las pinturas de las intrigas y lances de Madrid, referidos con ligereza y primor por don Jaime, divirtieron mucho a doña Luz y la hicieron reír; cosa que le agradó y pasmó, porque no era fácil para la risa.

Y las gentes llamaron a estos hombres los políticos, que es lo mismo que hombres urbanos y corteses. Y poco a poco estos hombres fueron ganando la simpatía y la confianza de todos, y en sus manos se confiaron los más arduos negocios humanos, es decir, la dirección y gobierno de las naciones. Así transcurrieron muchos siglos.

La en que acabábamos de entrar y las adyacentes eran angostas y torcidas, como anteriores al uso de los coches urbanos: blasones nobiliarios y portadas artísticas de la Edad Media adornaban sus ruinosas casas, y un silencio de muerte servía allí de melancólico acompañante á la romántica soledad. Ni una sola tienda profanaba aquellos portales. No se veía alma viviente ni en rejas ni en balcones.

Los enfermos de veras dirigíanse á Sicilia, Argel, Madera y las Canarias; empero la regeneración de los débiles, de los fatigados, de los descoloridos habitantes urbanos, se efectuará tal vez mejor en los climas más desiguales.

El capital triunfante y beatífico estaba compuesto de predios rústicos y urbanos y de valores públicos muy seguros; todo ello, hasta donde cabe en la inestabilidad de los casos, al abrigo de los vaivenes, golpes y reveses de la fortuna.

Un entusiasmo juvenil le acompañó en esta nueva existencia de placeres urbanos, hasta que, al descubrir la segunda vida que llevaba la alemana en sus ausencias y cómo reía de él con los parásitos de su séquito, montó en cólera, despidiéndose para siempre, con acompañamiento de golpes y fractura de muebles.

Y esto no por otra causa sino porque su dueño era el agricultor más inteligente de Laviana y aun de todo su partido. ¡Quién lo diría de un hombre tan aficionado á los placeres urbanos y á las artes imitadoras! La necesidad hace ley. D. César, nacido para los salones y las academias y los teatros, nunca había poseído medios de vivir en la capital.