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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Esto nada dice á nuestros sentidos groseros; pero habla muy alto para aquella que vive una existencia nerviosa, para el sutil ingenio de la mujer enferma á quien cualquier cosa electriza. A sus rojos y lánguidos colores, paulatinamente se reconoce, siente el soplo vital que se enciende, brilla y vuelve á apagarse. ¡Visión tiernísima!

Se tuvo una lástima tiernísima; y mientras el violín gemía diciendo a su modo: Al palido chiaror che vien degli astri d'or dami ancor contemplar il tuo viso...

Estaban cogidas de la mano y se hablaban con extraordinario afecto, abstraídas enteramente de la algazara que en torno suyo reinaba. La primera se llamaba Demetria: era de Canzana, hija de la tía Felicia, que allí se encontraba sentada con otras mujeres, y del tío Goro, que fumaba tranquilamente su pipa departiendo con algunos vecinos. La segunda se llamaba Flora: era de Lorío: no tenía padres: vivía con sus abuelos, molineros y colonos del capitán, á quien éste otorgaba bastante protección. Mantenía desde muy niña amistad con D.ª Robustiana, y tanto por esto como por la que á sus abuelos profesaba D. Félix, solía pasar algunas temporadas en Entralgo. Demetria á pesar de su estatura no tenía más que quince años. Flora había cumplido ya diez y ocho. Ni la diferencia de edad ni la oposición de caracteres habían impedido que estuviesen unidas por tiernísima amistad. Tal vez el contraste mismo de su naturaleza la favoreciese. Flora aprovechaba cuantas ocasiones se le presentaban para subir á Canzana y visitar á Demetria.

No me negará usted que ha sido una escena tiernísima. ¡Que manera de dar besos tiene esa señora!... Y el simpático mister tranquilo y dichoso, sin ocurrírsele que en uno de estos buques, en mitad del Océano, pueden suceder muchas cosas.

Concluida aquélla, se verificó la despedida, que fue tiernísima, y por un favor especial, propio de aquella ocasión solemne, los bondadosos padres dejaron solos a los novios, permitiéndoles despedirse a sus anchas y sin testigos para que el disimulo no les obligara a omitir algún accidente que fuera desahogo a su profunda pena.

Entonces demostró que en el fondo de su ser existían instintos y sentimientos maternales; entonces que abrazó y besó con efusión tiernísima a la hija que había llevado en sus entrañas... Y tanto se excitó, que temiendo le diera un síncope, quitáronle de los brazos a la nena. «, que te lleven, que te quiten de mi lado... No merezco tenerte... Me tienes miedo, rica... Como que cuando seas mañosa, no te dirán 'que viene el coco', sino 'que viene tu madre'. ¡Ay, qué pena!... Pero estoy conforme.

Palabra del Dia

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