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Actualizado: 23 de junio de 2025


Á los postres acudieron las anécdotas, los sucedidos, los apropósitos, la chismografía de buen género y todo el vocabulario de gente joven y de buen humor. Con las superfluidades y dicharachos del momento vino el picaresco cuento con sus indispensables gallegos y andaluces, y tras la facundia de estos y el engaño de aquellos, se recordaron escenas amorosas.

Aunque más moderada que su hija en el prurito de grandezas, sin duda por el vapuleo con que la domara la implacable experiencia, Doña Paca se iba también del seguro, y creyéndose razonable, dejábase vencer de la tentación de adquirir superfluidades dispendiosas.

La tierra, de puro labrada, abonada, removida, tenía no qué aspecto de decrepitud. Sus poderosos flancos parecían gemir, sudando una humedad viscosa y tibia, mientras en los linderos incultos, al borde del caminillo, quedaban aún rincones vírgenes, donde a placer crecían las bellas superfluidades campestres, las gramineas vaporosas, las florecillas multicolores, los agudos cardos.

Después, un pielroja con grandes penachos y un hacha enorme, cubiertas sus desnudeces con sudoroso almazarrón, y dos negros casi en cueros, sin otras superfluidades que unos taparrabos de crin, huecos como faldellines de bailarina, y una lanza al hombro. Estos negros falsificados, con el cuerpo reluciente de betún, enseñaban por debajo de la peluca ensortijada sus ojos azules.

Entre aplausos y risas bailó con Amparito, mientras su hijo los contemplaba enternecido, renegando tal vez en su interior de su condición de poeta soñoliento y enemigo de superfluidades, que no le permitía aprender cómo se mueven las zancas en el vals, ¡El mismo demonio era el señor Cuadros, a pesar de sus años y del enorme bigote!

Palabra del Dia

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