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No quisiera entrar el labrador; pero hízole fuerza el portugués. Agachó, pues, la cabeza, y hallose de escalón en escalón en una sala grande como un reino, si se tiene presente que allí los reinos son como salas. Hallábase la tal sala alhajada a la espartana, porque estaba desnuda: en torno yacían los señores de la Junta sentados, pero mal sentados, sea dicho en honor de la verdad.

Los señores de Maurescamp y de Lerne, deseaban, a más de eso, que el asunto terminase lo más pronto posible, para evitar la publicidad. En cuanto a la elección de las armas, los testigos del señor de Lerne no estuvieron menos conformes. Jacobo les había confiado bajo el sello del secreto algo muy delicado.

Estoy convencido de que la mayor parte de las enfermedades que aquí hay son borracheras crónicas. Sepan ustedes, señores, que en Riosa se desconoce por completo el ahorro ... ¡el ahorro! sin el cual "no es posible el bienestar ni la prosperidad de un país...." Esta frase la había oído el duque muchas veces en el Senado. La repitió con énfasis y convencimiento.

Ahora no estaba sólo en calidad de público; en todas las faltriqueras había abonados, y en la de los tertulios de Cascos se destacaba la respetable personalidad del Gobernador militar, que honraba a aquellos señores aceptando un asiento en lo oscuro. Reyes se sentó en primera fila, y en cuanto Mochi miró hacia el palco, le saludó con el sombrero.

No, señores franceses; la Francia está dentro del globo, está dentro de la humanidad, está dentro de los fines providenciales, como una pulsacion de mis sienes tiene su causa en mi cerebro, como una idea de mi alma está dentro de mi juicio. No; no hay países morales para contradecir el grandioso decálogo que una razon unánime ha escrito sobre las leyes del universo.

Voces de mujeres se interpusieron: Pero, papá... maúlla una. Pero, hombre... chilla otra. ¡Oh, la, la!... Ahí entra, Señores. Si yo no lo hubiera oído en ese mismo instante, con mis propias orejas... Me tiende las manos; su cara de viejo pícaro resplandece, sus ojos de garduña pestañean de placer. ¡Vecino!... ¡amigo!... ¡qué felicidad! Vea, Krakow. Ande con tiento, porque lo he oído todo.

Por las tardes se reunían en su casa los admiradores de su ciencia histórica: varios señores retirados de la magistratura, del comercio ó de las armas, que en vez de entretenerse coleccionando sellos, se habían dedicado á la arqueología provincial.

Y ansí, fueron los señores é sus capitanes é hicieron allá su junta ellos y los caciques, y repartieron lo que cada una provincia habia de traer y contribuir.

Esto de ahora es una bobada, y si no, ya verán ustedes cómo en menos que canta un gallo se acaba todo. Pero lo del ejército de Andalucía, ¿es cierto, o es puro barrunto de usted? Sepámoslo de una vez. Es cierto, señores. Me parece que Santiago Fernández tiene motivos para saber lo que hace un ejército y lo que deja de hacer.

Esta caja, señoras y señores, continuó el americano, contenía un puñado de cenizas y un pedazo de papiro, donde había algunas palabras escritas. Véanlo ustedes, pero les suplico no respiren con fuerza porque si parte de la ceniza se pierde, mi esfinge aparecerá mutilada.