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Actualizado: 9 de junio de 2025


No qué tiene la virtud, que, con alcanzárseme a tan poco, o nada, della, luego recibí gusto de ver el amor, el término, la solicitud y la industria con que aquellos benditos padres y maestros enseñaban a aquellos niños, enderezando las tiernas varas de su juventud, porque no torciesen ni tomasen mal siniestro en el camino de la virtud, que juntamente con las letras les mostraban.

Al mismo tiempo me acosaban los remordimientos. ¡Cuál sería el dolor de mi pobre mujer si llegase a averiguar que su marido andaba por la corte enamorando chiquillas! Un día recibí carta suya, participándome que tenía a mi hijo menor un poco indispuesto, y rogándome que procurase arreglar los negocios y volviese pronto a casa.

Sólo una vez, por mayo o junio, no recibí el dinero en los primeros días del mes. Escribí; y vino orden para que un villaverdino ricacho, de años atrás establecido en la Capital, me diese veinticinco duros. Por Andrés vine en conocimiento de que entonces vendieron la casita, la hermosa casita en que nací, donde murió el abuelito, donde murieron mis padres.

Al mismo tiempo me acosaban los remordimientos. ¡Cuál sería el dolor de mi pobre mujer si llegase a averiguar que su marido andaba por la corte enamorando chiquillas! Un día recibí carta suya, participándome que tenía a mi hijo menor un poco indispuesto, y rogándome que procurase arreglar los negocios y volviese pronto a casa.

Magdalena se hizo la sorda y ofreció a su abuela un almohadón bordado como recuerdo del día de año nuevo. Recibí, en cambio, un gran cuello de encaje de Venecia, del que tenía yo mucha gana, y que excedía mucho de los recursos de mi modesta pensión. La abuela, que es inflexible en la economía, me asigna 100 pesos al año para vestirme y para mis gastos personales.

En ese caso dijo suspirando Delaberge, apenas si me queda tiempo para hablarle de algo que le interesa mucho... Por fin, recibí anoche la respuesta de la Administración central.

Era la vez primera desde mi cambio de condición que me hallaba mezclado en una reunión mundana. Habituado en otro tiempo á las pequeñas distinciones que la etiqueta de los salones acuerda en general al nacimiento y á la fortuna, no recibí sin amargura los primeros testimonios de la negligencia y el desdén á que inevitablemente me condenaba mi nueva situación.

Al parecer, éste era víctima de una indisposición súbita que le impedía venir a la estación, pero me rogaba que le permitiese esperarme en la catedral. Manifesté mi sentimiento, acepté bondadosamente las excusas del General y recibí los plácemes de muchos y muy distinguidos personajes.

»Hace cuatro días, cuando esperaba la llegada de Manuel, recibí un telegrama puesto por el cónsul de España en el Havre, que es antiguo amigo mío, y que estaba redactado en estos términos: »Ocurrido grave y desgraciado accidente a Manuel al desembarcar procedente de América. Conviene venga V. por primer tren.» »A las pocas horas de recibida esta triste noticia, llegué al Havre.

Tales eran, pico más, pico menos, mis antecedentes personales cuando recibí la carta en que mi tío Celso me llamaba a su lado, y por tiempo indefinido, desde lo más recóndito y montaraz de la región cantábrica; y, sin embargo, no me causó la embajada impresión tan desagradable como pudiera presumirse tomando al pie de la letra lo dicho sobre mi modo de ser y de sentir.

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