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Actualizado: 1 de junio de 2025
Quisimos saltar á tierra, pero sabiendo que las puertas de la ciudad serían cerradas á las seis y nos faltaría tiempo, preferimos esperar basta el dia siguiente.
Ferrer era español; pero nosotros no quisimos que siguiera siéndolo, y para conseguirlo lo hemos fusilado. Desde que lo fusilamos, Ferrer dejó de ser uno de los nuestros, y hoy ¿qué nos importa el que su cadáver suscite por ahí simpatías o antipatías? Al fusilarlo, nosotros hemos roto con el señor Ferrer toda solidaridad. ¿Que actualmente Ferrer nos denigra en Bruselas?
Quisimos auxiliar al maestro, pero no nos era posible por hallarse distante; y aunque el infeliz no recibió golpe de arma alguna, las herramientas de puños y codos le hacían mucho daño. Al fin, acosado por todos, huyó, corriendo velozmente por la escalera abajo, dando no pocos tumbos y costaladas.
Hemos atravesado ya dos edades de barbarie. En la primera, diremos como Homero: «El mar estéril.» Es surcado únicamente para buscar al otro lado tesoros fabulosos ó grandemente exagerados. En la segunda, notóse que la riqueza del mar consiste sobre todo en él mismo, y quisimos arrancársela, pero de una manera ciega, brutal, violenta.
Excitada la curiosidad de todos, quisimos recorrerla luego que hubimos descansado unos minutos y lo hicimos en tropel, entrando y saliendo por las vastas habitaciones solitarias, turbándolas con nuestros gritos y risas. En la planta baja había un gran salón de techo elevadísimo, con pavimento de azulejos colocados en caprichoso mosaico.
Apesar del interes que podía tener la ciudad de Jerez, como población fuerte y gran centro de producción vinícola, teníamos mas vivos deseos de navegar el bajo Guadalquivir desde su desembocadura hasta Sevilla. Preferimos, pues, esa via, pero ántes de embarcarnos quisimos conocer las interesantes poblaciones vecinas á Cádiz.
Cuando quisimos salir de la torre, grande fué nuestra sorpresa al hallar cerrada la puerta. Al parecer, el joven guardián, ignorando nuestra presencia, había dado vuelta á la llave, mientras nos hallábamos en la plataforma. La primera impresión fué la de la alegría. La torre era decididamente una torre encantada.
No quisimos entrar en el pueblecito con aquellas trazas, y subimos por el arenal, y escalando unas dunas, sin que nos viera nadie, nos metimos en el cementerio de la aldea, y tendidos entre dos sepulcros, resguardados del viento, pudimos descansar y dormir. A media noche nos despertamos de hambre y de frío. Nos levantamos, salimos del cementerio y echamos a andar.
Eran ya las nueve cuando nos dirigiamos hácia la plaza de la Concordia, con el objeto de seguir la calle de Rívoli hasta la casa de la Ciudad ú hotel de Ville. Antes de penetrar en la calle, quisimos ver la perspectiva que presentaban los campos Elíseos iluminados, así como la plaza de la Concordia. ¡Espectáculo magnífico por cierto!
Díole lo que pedia, pero advirtiéndole que entonces estaba inundada toda la provincia, y que seria muy difícil y trabajoso el viage, y aun inútil, porque no era posible por aquel tiempo llegar á ella. No quisimos creerle, é instándole á que diese los indios, dió veinte al capitan, y cinco á cada soldado, que nos sirviesen y llevasen nuestras mochilas.
Palabra del Dia
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