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Actualizado: 21 de noviembre de 2025
Volaban en espiral sobre la popa, abanicando algunas veces con sus alas a los pasajeros de tercera clase. Otras se tendían en fila sobre el camino blancuzco y espumoso que dejaban abierto las hélices en la llanura del Océano.
Ambos buques se saludaron con los bramidos de sus chimeneas y pasaron muy próximos, pudiendo verse los pasajeros de uno y otro. Las bordas estaban ocupadas por figurillas semejantes a muñecos que agitasen automáticamente los brazos con un punto blanco en su extremidad: el pañuelo o la gorra.
A la luz de los focos azules, que esparcían sobre el mar una claridad lívida, empezó el transbordo de pasajeros y equipajes con destino á París desde el trasatlántico á los remolcadores. «¡Aprisa! ¡aprisa!» Los marineros empujaban á las señoras de paso tardo, que recontaban sus maletas creyendo haber perdido alguna. Los camareros cargaban con los niños como si fuesen paquetes.
El drama, que dispone de medios infinitamente más variados de penetrar en la comprehensión de lo sobrenatural, y de expresar su esencia y todas sus relaciones, ¿ha de excluir por completo de sus dominios tales formas? ¿Por qué no ha de serle lícito infundir en lo inanimado la vida y la palabra? ¿Acaso las luchas, que se suscitan en lo más íntimo del alma humana, no pueden jamás adquirir vida y apariencia corporal, aprovechándolas para dar más vigor á lo patético de la tragedia? ¿No ha de concederse que la personificación de los caprichos pasajeros del espíritu humano puede producir efecto cómico?
Lo malo está en que yo no acepto ese lenguaje auxiliar, y menos aún en esta ocasión y en este sitio. Estábamos sentados sobre cubierta y rodeados de multitud de pasajeros. Anhelaba yo mostrarme severa y grave, pero apenas me lo consentía la risa que me retozaba en el cuerpo, porque D. Pepito ponía una cara cómicamente triste, y que por cierto no me parecía mal.
Algunos pasajeros se retiraban, con los ojos entornados por el exceso de luz, en busca de sus camarotes para dormir la siesta. Maltrana sintióse atraído por el rumor de avispero que zumbaba bajo el gran toldo del combés, entre el castillo central y la proa.
Así que supieron nuestra posición y destino, algunos pasajeros que iban a puntos próximos me dejaron ver una franca y sincera conmiseración.
Algunas personas mayores contemplaban este regocijo con ojos lastimeros. «Ciega inocencia, desconocedora del peligro... ¡Siempre que aquella marejada no fuese en aumento!...» Muchos pasajeros no se atrevían a moverse de sus sillones y permanecían con la frente en una mano, pálidos, los ojos cerrados, cual si les hubiese acometido de pronto el sueño.
Una tarde del mes de enero entró mi tío Ramón a casa con la noticia de que al día siguiente desembarcaría indefectiblemente el ejército vencedor por el muelle de pasajeros.
Las olas invadían ya la parte delantera del buque, llevándose los objetos rotos por la explosión y los cadáveres despedazados. Los tripulantes echaban los botes al agua. Los oficiales, ayudados por algunos pasajeros, todos con su revólver en la diestra, iban reglamentando el embarco de la gente.
Palabra del Dia
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