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Y, aunque varíen los nombres, es indudable que las cosas no variarán. Es decir, que el lector del año 50 no tendrá que hacer, a lo sumo, nada más que la simple sustitución mental de unos apellidos por otros para convertir este pequeño trozo de historia en una página de actualidad palpitante. El otro día, al salir del Congreso, me fui a cenar con un amigo diputado.

Aquella mujer era Josefina. La visita de los Inválidos me deja sin aliento para emprender la descripcion de Santa Genoveva. Esta descripcion será la tarea de otro dia, porque no debo ser mezquino con un monumento tan espléndido. La historia de su orígen es una página bellísima de la historia del hombre, y necesito reposarme un poco.

Si la Inglaterra entera hubiese podido caber en el corazon de aquel hombre, la Inglaterra entera se hubiese quemado. Del fuego que ardia en aquel corazon, brotó una chispa, y esa chispa quemó una página de la historia del pueblo inglés. Napoleon es una página quemada de aquella historia.

A los treinta y uno publicó su primer tomo del Cancionero de Escocia, y no imprimió su novela Waverley hasta los cuarenta y tres, aunque la tenía escrita nueve años antes. La última página

Aquella muda, pero elocuente página de muerte y destrucción, seguramente ocupaba un lugar importante en la leyenda de la Virgen de las Angustias. ¿Cuál sería aquel? Hasta la fecha en que escribo no he podido averiguarlo.

El hijo predilecto de la Iglesia, sonriente y ruborizado, sacó del bolsillo del gabán un librito de cubierta elegantemente impresa a dos tintas, lo abrió por la primera página, donde aparecía el retrato de la santa duquesa de Turingia grabado en madera, y lo entregó abierto a la señá Rafaela.

Quien ha visto todo aquello, vuelve diciendo que se siente como más alto. Y como La Edad de Oro quiere que los niños sean fuertes, y bravos, y de bueno estatura aquí está, para que les ayude a crecer el corazón, el grabado de La Galería de las Máquinas. La última página

No hará literatura vana de hojarasca y ampulosidad; no escribirá ni una página en que haya el rebuscamiento alambicado de la locución, el refinamiento esmerado de la forma, que degenera a menudo en un verbalismo odioso, en que tanta gente de letras malgasta su tiempo. No hará jamás ni una filigrana, ni un arabesco. A él le interesan las ideas, los conceptos como expresión de verdades.

Al leer ese relato, que parece una página arrancada al Infierno, de Dante, la mano busca inconsciente el puño de un revólver. ¡Oh! es ahí donde Schopenhauer habría podido maldecir la voluntad persistente y obstinada de vivir, que amarra al hombre a tales miserias.

Si he de decir ingenuamente lo que pienso, séame permitido manifestar que en mi concepto Fichte con todo el alambicar de su análisis, no ha hecho adelantar un solo paso á la filosofía en la investigacion del primer principio. Por lo dicho hasta aquí se echa de ver que es muy fácil detenerle con solo pedirle cuenta de las suposiciones que hace desde la primera página de su libro.