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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Así pasábamos días enteros contemplando el mar, viendo adelgazarse o engrosar la línea de tierra en la lejanía, midiendo la sombra que giraba alrededor del mástil como en torno de la larga aguja de un cuadrante, lánguidos por la pesadez del día y el silencio, deslumbrados por la luz del sol, privados de conciencia y, por decir así, invadidos de olvido por aquel prolongado columpio sobre las aguas encalmadas.
Los cadetes venían por la tarde a contemplarlo, siendo para ellos lo más notable de la Primada aquel coloso de carnes sonrosadas que, con el niño al hombro, adelantaba sus piernas angulosas, apoyándose en una palmera que parecía una escoba. La alegre juventud militar divertíase midiendo los tobillos con el sable y calculando después cuántos «sables» de altura alcanzaba el bendito coloso.
Quedó con tanto brio nuestra gente después de esta victoria, y tan perdido el miedo á las mayores dificultades, que pedian á voces que pasasen los montes, y entrasen en la Armenia, porque querian llegar hasta los últimos fines del Imperio Romano, y recuperar en poco tiempo lo que en muchos siglos perdieron sus Emperadores; pero los Capitanes templaron esta determinacion tan temeraria, midiendo, como era justo, sus fuerzas con la dificultad de la empresa.
Intentó la fiera un salto impotente; dió vuelta en torno del árbol midiendo su altura con ojos enrojecidos por la sed de sangre, y al fin, bramando de cólera, se acostó en el suelo, batiendo sin cesar la cola, los ojos fijos en su presa, la boca entreabierta y reseca.
Y en efecto, difícil hubiera sido figurárselo detrás de un mostrador, midiendo seda en un almacén o desempeñando otra profesión cualquiera que no fuese la de diplomático o la de soldado, que son, al fin, oficios de magnate.
Midiendo y pesando gestos, palabras y actitudes de Nieves, a ratos se afirmaba en que sí, y a ratos le parecía que no. No sabiendo a qué atenerse, abstúvose de indagar por derecho cosa alguna, y salió del saloncillo tan a obscuras como había entrado en él, pero menos intranquilo; porque viendo y oyendo a su hija, le parecía imposible que en ella cupiera misterio por el cual debiera él alarmarse.
Aunque hubiese desahogado un poco su cólera en Grano de Sal, el maestro Zeli continuaba midiendo a zancadas el puente, levantando de cuando en cuando el puño y los ojos al cielo, y murmuraba palabras que era imposible tomar por una piadosa invocación.
Palabra del Dia
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