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Actualizado: 6 de octubre de 2025


Una virtud en ellos he notado, Que guardan su palabra sin rebeses; Y en esta mi opinion me han confirmado Dos caballeros Sosas, Portugueses: Don Francisco tambien ha asigurado Que tiene el sobrenombre de Meneses, Los quales sobre su palabra han sido Enviados á España, y lo han cumplido.

Allí estaba sin duda el virrey Don Duarte de Meneses, a quien Morsamor quería presentarse, poniéndose a sus órdenes, aunque hubiera preferido que esto fuera llevándole algún presente y después de haber dado cima a empresas de importancia y de lucimiento.

En verdad que la Audiencia tenía por entonces mucho grave de que ocuparse con los disturbios que promovía en Chile el gobernador Meneses y con la tremenda y vasta conspiración del Inca Bohorques, descubierta en Lima casi al estallar, y que condujo al caudillo y sus tenientes al cadalso.

Y continuó la conversación entre el ama y la sirvienta, mientras ésta, con delantal blanco y haciendo crujir los bajos almidonados y tiesos de su saya, iba del aparador a la mesa, colocando el centro de plata Meneses con sus grupos de flores, las pilas de platos de charolada blancura, las botellas talladas del agua y el vino, y las copas esbeltas, casi aéreas, con su pie azul, y tan frágiles, que sobre el mantel no trazaban sombra alguna.

Todos estos cuadros, que, por ejemplo, se observan en Los Prados de León, en Los Tellos de Meneses, en Los Benavides y en otras muchas comedias suyas, son tan lozanos y enérgicos, que á no estar completamente estragado por las descoloridas imágenes, que en nuestros tiempos se han vendido por poesía, no se puede menos de tributarles nuestra sincera admiración; y por mucho que se repitan, siempre parece nueva la impresión que nos hacen.

Al ver ahora todas estas carreteras, todas estas escuelas, todos estos muelles y todas estas dársenas, yo tengo la sensación de que alguien está de días y que los amigos y parientes le han llenado la casa de objetos inútiles y aparatosos. ¡Veinte escribanías, una docena de bastones, otra docena de paraguas, quince pitilleras, doscientos cubiertos de plata Meneses!... ¡Con la falta que, a lo mejor, le hace al festejado un gabán de invierno o una mesa de despacho!...

Una partida de 60 hombres de milicias estaba a la mano; pero todos los soldados sabían que el prófugo era el sargento Araya, y habrían preferido mil veces atacar a los españoles que a este león de los granaderos; don José María Meneses entonces se adelanta solo y desarmado, alcanza a Araya, le ataja el paso, le reconviene, le recuerda sus glorias pasadas y la vergüenza de una fuga sin motivo; Araya se deja conmover y no opone resistencia a las súplicas y órdenes de un buen paisano; se entusiasma en seguida, y corre a detener otros grupos de granaderos que le precedían en la fuga, y gracias a su diligencia y reputación, vuelve a incorporarse en el ejército con 60 compañeros de armas, que se lavaron en Maipú de la mancha momentánea que había caído sobre sus laureles.

Don Duarte de Meneses recibió con grande aprecio al aventurero castellano que tan bien le había servido y aceptó gustoso el rico obsequio de los veinte hermosos caballos. Por aquellos días todo era júbilo en Goa, porque de Ormuz llegaron también muy buenas nuevas.

Palabra del Dia

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