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Actualizado: 27 de julio de 2025
Y mostré a la abuela con el gesto la linda silueta que reflejaba el espejo del armario de familia, una silueta a lo Legouvé. Blanca y delgada, con mi gran peinador de mañana, no tenía yo verdaderamente el aspecto de una triste solterona.
¿Qué estás ahí diciendo, chiquilla? interrumpió la abuela haciendo un visible esfuerzo para recordar el autor de esa frase conocida. Es una canción de Legouvé, querida abuela si se puede llamar a eso una canción añadí in petto.
Abuela, tú no eres de la opinión de Legouvé, confiésalo... En una mujer casada respondió la abuela todo eso puede ser verdad, pero... en una solterona... ¡Solterona! exclamé lanzando una alegre carcajada. ¡Qué gran error, abuela!... Soltera sí, y a mucha honra; pero solterona, jamás...
Ayer precisamente he estado hojeando la «Historia moral de las mujeres» de mi amigo Legouvé, y he visto que las luchas perpetuas y las guerras continuas acabaron por poner los bienes en manos masculinas. Entre los invasores, las hijas estaban excluidas de la propiedad. Bien dijo el cura con satisfacción, muy bien...
En La muerte de Abel, de Legouvé, traducida por D. Antonio Saviñón.
Legouvé supone que hasta los veinticinco años no brilla en la mirada de la mujer el fuego de la inteligencia; que la agudeza del ingenio se revela en las narices más movibles y más acusadas; que el alma, sobre todo, el alma de abnegación y de ternura, al asomar a los labios, a la sonrisa y a las lágrimas, muestra a la mujer con todo el brillo con que Dios la ha adornado al crearla; y, en fin, que una mujer no está llena de riqueza de sentimientos y de inteligencia hasta los veinticinco años.
Palabra del Dia
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