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Actualizado: 22 de junio de 2025
El órgano era el que se permitía seguir riendo, jugueteando, pero legítimamente, porque representaba la alegría celestial, la gracia de la inocencia.... Mas en el fondo de las bromas poéticas y sagradas de aquella música de la iglesia, a Bonis, de pronto, se le antojó ver una especie de desafío burlón un tanto irónico.
Eso sería absurdo. Pero, por esto ¿va a tirar con desdén la pepita y a seguir jugueteando con el agua, moviendo los brazos y haciendo saltar la corriente al azotarla con los pies y sin pensar ya nunca más en aquel poquito de oro que encontró entre la arena?». Estaba muy bien puesta la comparación.
Muerta la dama, un diario de caricaturas publicó un dibujo representando la Tercera Avenida llena de niños, que corrían de un lado a otro jugueteando. Al pie, esta leyenda: «La Tercera Avenida, dos años después de la muerte de Missis X.». Paréceme que en cualquier otro país del mundo las costillas del caricaturista no habrían quedado intactas.
El viento, que había saltado a otro cuadrante, se hizo fuerte al avanzar la noche, y pudimos navegar de nuevo. Las velas, ahora retemblaban, se impacientaban, se enfurecían, tenían cóleras de algo vivo, brillaban muy blancas a la luz de la luna. El barco marchaba jugueteando entre las olas negruzcas, llenas de reflejos, de blancos meandros de espuma: unos, regulares; otros, desgarrados y rotos.
La puerta de la mansión de los justos era de oro, tenía luceros en vez de clavos, y junto a ella, sentado en una nubecilla, estaba San Pedro jugueteando con las llaves, aburrido, porque se le pasaban horas y horas sin tener que abrir a nadie.
Cuando rezaba se complacía en bajar y subir la expresiva mirada, como jugueteando con los párpados, gozándose en dar alternativamente luz y sombra a los que la rodeaban. En sus relaciones con el gran mundo, tenía ese tacto supremo que sabe mortificar sin ofender, que consiste en admirar a las gentes virtuosas sin comprometerse a imitarlas ni indisponerse jamás con los que pecan.
La casa de doña Manuela llamó la atención por la tarde casi tanto como la falla. Entre las banderolas nacionales de los balcones asomaban una docena de airosos cuerpos y graciosas cabezas, elegante escuadrón de muchachas, que, cogiéndose de la cintura, jugueteando o riendo, miraban al gentío que rebullía abajo.
Palabra del Dia
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